En este escrito planteo una lectura particular de la relación entre literatura y filosofía siguiendo algunas premisas presentadas en el artículo "Percepción intelectual de un proceso histórico. Filosofía y literatura o la herencia del romanticismo", de Diego Sánchez Meca (1992, pp. 12-27). Específicamente, me refiero a las concepciones más generales (posiblemente también las más elementales y comunes) de la filosofía, por un lado, y la literatura por otro.
Según una definición ampliamente difundida, la filosofía es "este trabajo detallado y orgánicamente expuesto, más preocupado por el rigor conceptual que por la belleza de su lenguaje" (Sánchez, 1992, p. 14). Por lo tanto, la filosofía se impone a sí misma un estilo discursivo que tiene como sus herramientas fundamentales el uso metódico de los conceptos y la argumentación de las ideas.
En contraste, la literatura (entendida en sentido amplio como el conjunto de obras escritas) guarda cercanía con la estética y el arte en tanto que se caracteriza por una expresión bella, así como por un uso armónico del lenguaje, que incentiva las facultades de la sensibilidad y la imaginación: "La imaginación (Einbildungskraft) es, pues, la que, en las artes de la palabra, proporciona belleza al decir y al pensar, belleza que se expresa en la figura y no en la agudeza del juicio, el rigor del concepto o el alcance de la memoria" (Sánchez, 1992, p. 16).
En el pasaje citado vemos que la literatura genera un campo semántico distinto e incluso opuesto al de la filosofía; mientras la primera se vincula con la belleza, la imaginación y la verosimilitud, la segunda pretende manifestar la racionalidad, el entendimiento lógico y la verdad. Como lo explica Sánchez Meca, dicha definición de literatura, así como su distinción de la filosofía, fueron gestadas durante el romanticismo alemán, del cual hemos heredado esta manera de comprender ambas disciplinas.
No obstante, es importante enfatizar dos asuntos: 1) en concordancia con Sánchez Meca, pienso que quizá la división estricta entre filosofía y literatura nunca sea totalmente posible (1992, p. 12), y 2) aunque intentemos distinguir cada uno de estos ámbitos, no es propicio para la comprensión de estos tratar de subordinar la filosofía a la literatura o viceversa, esto es, tratar de asignar un mayor valor ontológico o epistémico a una sobre la otra.
Pienso más bien que las conexiones filosofía/literatura son innumerables, dinámicas y multifacéticas. Por ello, más que ofrecer una investigación exhaustiva de estas conexiones, mi propósito es ejemplificar una de las vías posibles. En este texto voy a revisar la relación entre filosofía y literatura a partir del supuesto de que la diferencia entre ellas consiste tanto en el estilo como en las estrategias discursivas, más que en el contenido. En palabras de Sánchez Meca:
La literatura [...] hace gravitar su esfuerzo en un determinado uso de los recursos lingüísticos y estilísticos. Mientras el filósofo trata de clarificar conceptualmente un movimiento del pensamiento sobre la sustancia representativa que el lenguaje radicalmente posee, el literato presenta esa sustancia manteniéndola o complicándola en su elaboración artística del lenguaje o en su argumento narrativo (1992, p. 22).
Conservemos la idea previa como hilo conductor para ejemplificar cómo funciona esta distinción en dos obras determinadas, las cuales tienen al amor por tópico central, además de ser prácticamente contemporáneas entre sí. Empero, una de ellas se inscribe en la tradición literaria del realismo mágico en lengua española durante el siglo XX, y la otra, en la tradición filosófica de la historia de las ideas en torno al período renacentista. Los textos referidos son: El amor en los tiempos del cólera (1985), de Gabriel García Márquez, y Eros y magia en el Renacimiento (1984), de Ioan P. Culianu1.
Mi estrategia consistirá en comentar un par de pasajes de cada obra para observar sus diferencias estilísticas, en primer lugar, y para comparar sus cercanías temáticas o de contenido, en segunda instancia. Así, estudiaré la descripción que cada uno de estos autores realiza del enamorado, la sintomatología del enamoramiento e incluso su vínculo con la melancolía.
La descripción del amor como un desorden patológico
En Eros y magia en el Renacimiento (1984), el filósofo e historiador Ioan Culianu presenta un sugerente estudio de la relación entre dos ideas clave en el Renacimiento italiano, el "eros" y la "magia". A partir de estos, Culianu propone un estudio historiográfico que abarca desde la antigua medicina griega de la escuela de Cos, fundada por Hipócrates, y la escuela siciliana, fundada por Alcmeón de Crotona, hasta las teorías médicas de Ficino, pasando por las enseñanzas de los árabes.
El libro presenta un minucioso estudio articulado con otros términos cruciales como el corazón, el pneuma vital, la fantasía, el alma y los cuatro humores. Así mismo, la investigación posee un aparato crítico formidable que dialoga con los estudios previos y los contemporáneos sobre el tema en cuestión. En cuanto al amor, Culianu sostiene que este ha sido estudiado como una forma patológica (o enfermedad) por una tradición médica que comenzó desde los siglos XI y XII, con Ibn Arabi, Avicena y Andrés el Capellán; este último, quien escribió un difundido tratado titulado: Sobre el amor. Veamos la descripción del fenómeno:
El fantasma femenino puede entonces apoderarse del aparato pneumático entero del enamorado, produciendo [...] unas perturbaciones somáticas bastante inquietantes [...] La enfermedad llamada hereos es una angustia melancólica causada por el amor hacia una mujer [...] Cuando alguien se apasiona por una mujer piensa desmedidamente en su forma, en su figura, en su comportamiento, puesto que cree que es la más bella, la más venerable, la más extraordinaria y la mejor hecha, tanto del cuerpo como del alma. Por esta razón, la desea con ardor, olvidando la moderación y el sentido común, y piensa que, si él pudiera satisfacer su deseo, sería feliz.
(Culianu, 1999, p. 48)
Hasta aquí, la descripción que proviene del texto filosófico elegido. Ahora confrontemos eso con la obra literaria:
Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor, sino a los estragos del cólera.
(García, 2019, p. 80)
A la exposición anterior podemos añadir otras características del enamorado de la novela, como la veneración e idealización de la mujer amada con el nombre de "diosa coronada", además de los sudores pálidos, la respiración arenosa, la distracción y la desidia, descritos en otros pasajes de la obra. Mientras que el texto filosófico analiza la figura del enamorado en términos abstractos e impersonales, la novela se compone de descripciones específicas y concretas de los personajes, no solo explica los actos, sino también los pensamientos, anhelos y sentimientos más íntimos, más irracionales, de los seres humanos.
Nuevamente, comparemos con el texto filosófico:
La semiología del síndrome es la siguiente: "Los signos son la omisión del sueño, de la comida y de la bebida. Todo el cuerpo se debilita, salvo los ojos". También menciona la inestabilidad emotiva, el pulso desordenado y la manía por deambular. El pronóstico es inquietante: "Si no son tratados, se convierten en unos maniáticos y se mueren". Finalmente, el tratamiento de la enfermedad debe empezar con los "medios suaves", como la persuasión, y continuar con los "fuertes", como el látigo, los viajes [y] la cultura de los placeres eróticos con varias mujeres.
(Culianu, 1999, p. 49)
Todas estas cualidades del amante guardan su paralelo con las escenas de El amor en los tiempos del cólera. Las similitudes en el imaginario del enamorado son abundantes, pero la novela construye panoramas de la sensibilidad más complejos en su trama. Precisamente, Florentino Ariza, en sus desvaríos de amor por Fermina Daza, "había perdido el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro llorando sin sosiego" (García, 2019, p. 164); este enamorado llegó a tal grado de desesperación que fue enviado por su madre a un viaje curativo en un buque transatlántico. También como parte de su "terapia", desde ese viaje y por muchas décadas más, Florentino buscaría amores de ocasión entre diversas mujeres de todas las clases sociales.
Reflexión final
La similitud que yo encuentro entre las dos obras comentadas radica en su contenido, es decir, ambas describen al amor como un desorden psicosomático y utilizan términos médicos muy cercanos entre sí. La diferencia queda establecida en cuanto al estilo narrativo.
La novela teje una trama elaborada con biografías y descripciones nítidas tanto de los estados psicológicos como de los lugares. La caracterización de las casas, barrios, lugares públicos y paisajes naturales es una pieza clave de la obra. La novela presenta tensiones familiares, sociales y conflictos emotivos entre los personajes, mientras que los somete a caprichos, azares y pasiones de distinta naturaleza. En pocas palabras, puedo afirmar que el estilo de esta novela es la narración plástica acompañada por un refinado manejo estético de los estados emotivos humanos.
A diferencia de ella, la obra filosófica pretende ser un discurso histórico objetivo e impersonal2, apegándose más a la evidencia histórica, científica y académica que a las acciones contingentes de personajes ficticios. Además, el texto filosófico propone mostrar el desarrollo de las tradiciones en la historia del pensamiento, es decir, aclarar los elementos que dieron origen al estudio del enamoramiento como un asunto de la ciencia médica.
Ioan Culianu afirmó (apoyado de un acervo académico y un aparato crítico) que la magia ha sido un antecedente imprescindible de las ciencias médicas y psicológicas como las conocemos actualmente, de tal modo que hay momentos históricos en los que las fronteras entre imaginación, magia y ciencia han sido difusas. Por último, con las ideas hasta aquí desarrolladas, hemos logrado mirar, a partir de dos obras específicas, una de las posibles relaciones entre filosofía y literatura, según la cual ambas son vistas como manifestaciones del lenguaje y la cultura, que se distinguen formalmente por el estilo de escritura que utilizan.
Notas
1 Ioan Petru Culianu (1950-1991), historiador, filósofo y cuentista rumano. Se especializó en magia renacentista y gnosticismo.
2 Filosóficamente, cabe preguntarse hasta qué punto es posible hablar de “lo objetivo” y hasta dónde es insuperable una postura limitada o subjetiva, la cual queda sesgada por las interpretaciones personales.
Culianu, Ioan (1999). Eros y Magia en el Renacimiento, traducido por Neus Clavera y Hélène Rufat. Madrid: Ediciones Siruela.
García, Gabriel (2019). El amor en los tiempos del cólera, ilustrado por Luisa Rivera. México: Editorial Planeta Mexicana, bajo el sello editorial Diana.
Sánchez, Diego (1992). "Percepción intelectual de un proceso histórico. Filosofía y literatura o la herencia del romanticismo", en Anthropos. Revista de documentación científica de la cultura, n.° 129 (Filosofía y literatura. Historia de una relación e interna reflexión crítica), Barcelona, pp. 11-27.