Terminando el verano, entre julio y septiembre, el instinto natural de las cigüeñas europeas las lleva a emigrar y pasar los meses fríos de invierno en las sabanas de acacias sahelianas, el Sahel. Esa región biográfica africana se extiende a lo ancho de África desde el norte de Senegal y Mauritania frente al Atlántico, hasta Sudán y Eritrea en el Mar Rojo. Es zona de transición entre el seco Sahara, en el Norte, y esas húmedas sabanas africanas del área central de África, al Sur. El Sahel ocupa una franja de más o menos 5.900 km de largo y 1.000 km de ancho. Está en la latitud más meridional del Norte de África, justo en los trópicos. Sin embargo, su clima típico es cálido y semiárido.

Las cigüeñas más jóvenes, de apenas unos seis meses de edad, guiadas por su instinto natural, volarán miles de kilómetros para llegar al Sahel. Sin embargo, más o menos el 80% de las cigüeñas blancas adultas de Europa occidental, con más de uno o dos años de edad, desde hace algunas décadas acortan su viaje, quedándose en el sur de Europa desde el otoño, para invernar. Los vertederos de basura, y los arrozales fueron modificando, en los últimos tiempos, el instinto de estas magníficas aves, transformando así su conducta migratoria. Es así como muchas cigüeñas blancas europeas ahora pasan el invierno en el sur de España, regresando mucho antes a sus nidos en el norte.

La cigüeña blanca (Ciconia ciconia, de la familia Ciconidae) es un ave de gran tamaño, con una envergadura de hasta poco más de dos metros y casi metro y medio de largo desde el pico al extremo de sus patas. Su plumaje es blanco con negro en el borde posterior de sus alas, con patas y picos de los adultos de color rojo. Dos subespecies son conocidas, una asiática y otra europea.

Ave migratoria de grandes distancias, evita cruzar el mar Mediterráneo para pasar a África. Las cigüeñas de Europa del Este van al Sahel y algo más al sur, luego de atravesar el Levante mediterráneo en oriente. Las cigüeñas de Europa occidental cruzan el estrecho de Gibraltar. La razón es simple, las columnas térmicas que necesitan para realizar su alto vuelo, no se forman sobre el Mediterráneo.

Ave carnívora, se alimenta de pequeños mamíferos, peces, aves, reptiles e insectos. No presenta dimorfismo sexual, y machos y hembras son difíciles de separar, al ser ambos de igual color y tamaño. Son animales esencialmente monógamos. Una vez cumplidos tres o cuatro años, y alcanzado su madurez sexual, tienden a formar parejas que duran toda su vida. Las cópulas se sucederán durante los meses invernales. Cada pareja, al regresar a Europa, o al centro y norte de España, construirá nidos de gran tamaño, entre febrero y abril, o reacondicionará el construido el año anterior, utilizándolo por varios años. Normalmente, la hembra pone entre tres y cinco huevos que serán incubados, por turnos, por ambos padres. Los huevos eclosionan asincrónicamente luego de marzo, a un mes de haber sido puestos. Los jóvenes realizan sus primeros vuelos a mediados de mayo, y para julio abandonarán sus nidos para prepararse y comenzar una nueva migración.

Esta majestuosa ave es protagonista de numerosas historias y leyendas en toda su área de distribución. Quizás la más conocida es aquella que le atribuye traer a los bebés “de París” al nacer.

De acuerdo a la mitología griega, Hera (esposa de Zeus; protectora del matrimonio) convirtió a Gerana o Oenoe (mujer pigmea de hermosa belleza, esposa de Nicodamas o Nicodamante) en Grulla (ave de la familia Gruidae) por no rendirle culto y pensar que mantenía un romance con Zeus (amo de los cielos y las lluvias, el más poderoso de los dioses del Olimpo). No queriendo separase de su recién nacido hijo, Mopsus, Gerana lo envolvería en una manta para llevárselo al sujetar ambos extremos de la tela con su pico. Renuentes, los pigmeos hacían vanos esfuerzos por alejar a Gerana del niño, al no reconocerla convertida en grulla. Con el paso del tiempo, el ave de este mito sería “convertida” en Cigüeña.

Durante los días del “paganismo” europeo, especialmente en el norte, era frecuente celebrar bodas durante el solsticio de verano, época asociada a la fertilidad. Unos nueve meses después, regresaban las cigüeñas de su migración anual, coincidiendo con el nacimiento de muchos niños. Los eslavos de aquellos tiempos y zonas creían que las enormes aves eran quienes traían a los recién nacidos, y era motivo de celebración cuando alguna pareja de cigüeñas anidaba en el techo de la casa familiar. Esto se asumía como señal que la familia recibiría pronto a un nuevo miembro.

Esta leyenda sería popularizada en el siglo 19 gracias a Hans Christian Andersen (1805-1875) y su cuento “Las Cigüeñas”:

…Y llegó el otoño. Todas las cigüeñas empezaron a reunirse para emprender juntas el vuelo a las tierras cálidas, mientras en la nuestra reina el invierno. … Había que volar por encima de bosques y pueblos, para comprobar la capacidad de vuelo, pues era muy largo el viaje que les esperaba…

Sé dónde se halla el estanque en que yacen todos los niños chiquitines, hasta que las cigüeñas vamos a buscarlos para llevarlos a los padres. Los lindos pequeñuelos duermen allí, soñando cosas tan bellas como nunca más volverán a soñarlas. Todos los padres suspiran por tener uno de ellos, y todos los niños desean un hermanito o una hermanita. Pues bien, volaremos al estanque y traeremos uno para cada uno de los chiquillos que… se portaron bien con las cigüeñas.

¿Pero, por qué de Paris? La creencia de que los bebés “vienen de Paris” tiene diversos orígenes. Conocida dicha ciudad como “del amor,” era destino favorito para multitud de recién casados. Era frecuente que nueve meses después de la luna de miel, la pareja recibiera a su primogénito o primogénita.

Otra leyenda, popular durante la Edad Media, cuenta que un matrimonio alsaciano deseaba tener hijos. Una pareja de cigüeñas había construido nido en la chimenea de su casa. Al notar que el humo se quedaba en la casa y no salía por la chimenea, el hombre se subió al techo para examinar el lugar, encontrando a un recién nacido en el nido de las cigüeñas. El paso del tiempo modificaría el relato, cambiando a Alsacia por París.

Sentados, mi esposa y yo, en la pequeña plaza Reina Victoria Eugenia, frente al Alcázar de Segovia1, disfrutábamos de un café y unos mantecados y soplillos segovianos. Conversando, nos percatamos que, en el tope de dos árboles que estaban entre nosotros y la entrada al Alcázar, había dos nidos de cigüeñas. En el del lado derecho, un enorme polluelo se movía sobre el nido, evidentemente no se había atrevido aun a volar, estábamos apenas en abril, aun temprano para hacer sus primeras peripecias aéreas.

Tan ornitológica experiencia fue apenas el “abrebocas” para lo que veríamos algunos días después en Alcalá de Henares. Ciudad originalmente romana conocida como Complutum, a unos treinta kilómetros al este de Madrid, Alcalá se pasearía por una rica historia para convertirse en patrimonio de la humanidad. Sede del primer Campus de la principal universidad de España, la Complutense, trasladada ésta a Madrid tiempo después. Hoy en el histórico Campus funciona la Universidad de Alcalá. La ciudad es lugar de nacimiento de Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1616), el más importante escritor en lengua española y quizás del mundo. No en vano cuando se habla del español, es frecuente referirse al idioma como “la lengua de Cervantes”.

Justo al salir de la estación de tren, nos recibió el sobrio y sombrío monumento realizado por Miguel Ángel Sánchez y Jorge Varas, homenajeando a las víctimas del atentado yihadista del 11 de marzo de 2004 en Madrid, con especial referencia a los veintisiete vecinos de Alcalá. Nos dirigimos al casco histórico de la ciudad, caminamos por la calle de la estación. Antes de cruzar Eras de San Isidro, y seguir por la Sebastián de la Plaza, nos sorprendió un pequeño restaurant venezolano. Era temprano, y obligatorio un café y un par de cachitos; nada del otro mundo, pero suficiente para recordarnos nuestro país de origen. Seguimos hasta la rotonda de Jerónimo de Sola, en la confluencia con la Vía Complutense, en el barrio San Isidro, con su imponente monumento a Don Quijote, realizado por Enrique Carbajal González “Sebastián”. Seguimos hasta la siguiente rotunda para entrar en la calle Libreros, ese día adornado por pequeños árboles de Prunus con sus primaverales y sutiles flores rosa, y alguna que otra blanca. Esta calle nos llevaría hasta la plaza Cervantes, convirtiéndose en Calle Mayor, y ponernos frente a la casa natal de Cervantes, para encontramos “parloteando,” desde el 2005, a Sancho Panza y Don Quijote, obra de Pedro Requejo Novoa.

Caminar por el Casco Histórico de la ciudad no es solo entrar en las reminiscencias de aquellos tiempos romanos, o de los tiempos de la invasión musulmana, de los niños santos Justo y Pastor, de la Complutense, de Cervantes, del Quijote y su escudero Sancho. O de aquel invierno entre 1485 y 1486 cuando los reyes católicos Isabel I de Castilla (1451-1504) y Fernando II de Aragón (1452-1516) vivieron en aquí, durante la reconquista de Granada. Fue aquí en Alcalá, el 20 de enero de 1486, en el Palacio Arzobispal donde Isabel I recibiría a Cristóbal Colón (1451-1506)2 por vez primera para escuchar su idea de navegar hacia el Occidente para encontrar una nueva ruta de comercio hacia la India, y traer las especias y otros productos de aquellas tierras, hasta territorio español. En el mismo palacio nacería ese mismo enero catalina de Aragón y Castilla (1485-1536), quien sería reina consorte de Inglaterra, al convertirse en la primera esposa de Enrique VIII (1491-1547). Años más tarde nacería aquí Fernando I de Habsburgo (1503-1564), nieto de los reyes católicos, hijo de Juana I de Trastámara (llamada “la Loca”) (1479-1555) y Felipe I de Castilla “El Hermoso” (1478-1506).

Por cierto, en el distrito centro de la ciudad se levanta la Santa e Insigne Catedral-Magistral de los Santos Justo y Pastor, el principal templo de la diócesis, elegante y austera, con paredes exteriores cubiertas de delicados esgrafiados al estilo de aquellos de Segovia. Esta iglesia honra y recuerda a dos niños mártires, ejecutados durante la Gran Persecución de cristianos durante los tiempos de Diocleciano (244-311) por negarse a adjurar a su fe cristiana. La entrada principal de la iglesia, mirando al oeste, destaca por su estilo gótico exuberante, con un medallón central representando a San Ildefonso (607 A.D. - 667 A.D.), venerado por estos lares. La torre, al lado izquierdo, de estilo manierista clasicista o herreriano, está algo inclinada, aunque no a los niveles de las de Pisa o Bolonia3. Posiblemente se le debe tal inclinación a un terremoto acaecido en 1689.

Caminar la ciudad, sin embargo, es encontrarse con techos, torres y campanarios, sobre los cuales, las cigüeñas y sus crías se notan cómodamente instaladas, sobre nidos complejos, construidos con ramas, hierbas, hojas, y cualquier otro material disponible de los alrededores. Entre octubre y agosto, se verán sobre esos nidos, o cercanos a ellos, alguna pareja de cigüeñas, o alguno de los miembros de la pareja. Pero en primavera, se observan no solo los adultos, sino uno, dos o tres polluelos. Por cierto, caminando algo desprevenidos, admirando cada rincón de esas “alturas,” nos parecía escuchar el sonido de castañuelas ¡…eran las cigüeñas chasqueando sus picos!

Conversando con un amable lugareño, nos enteramos que esa primavera de 2023, se habían instalado en sus nidos 97 parejas y unas 80 y tantas habían tenido polluelos. Los pobladores estaban contentos, ya que el número de parejas había aumentado con respecto al año anterior. Varios años atrás habían llegado a contabilizar hasta 110 parejas, y de hecho, nuestro cordial interlocutor nos comentó que había en la ciudad unos 110 nidos, aunque varios permanecían vacíos. El número de parejas disminuyó luego de eliminarse el vertedero de basura. El gobierno local, al notar el efecto negativo de aquella clausura en el número de cigüeñas, estableció en el 2020 un punto de alimentación suplementaria para estas aves, y algunas otras más presentes en la región. Su intención tenía doble propósito, tratar de mantener el instinto natural de las aves al no darles alimentos de más, para que no se quedaran en invierno, pero al mismo tiempo mantenerlas y posiblemente incrementar el número de parejas anidando en la ciudad.

El lugareño también nos comentó que otra ave, un pequeño halcón (Falco naumanni; Falconidae) conocido en España como cernícalo primilla, también migratorio, cuya población ha disminuido en la ciudad, también anida aquí, entre primavera y otoño. Creemos haber visto un par volando en las cercanías del palacio arzobispal, mientras caminábamos frente a ese monumento arquitectónico del siglo XIII, pero no podemos asegurarlo por no haber tenido a mano binoculares.

Con seguridad, da gusto perderse entre las calles Alcalaínas, en busca de tentaciones gastronómicas, disfrutar de la arquitectura, y encontrarnos con historias, leyendas, religión y cultura en cada esquina. Es aquí donde el nativo más ilustre y los protagonistas de su obra más universal, se unen a las majestuosas aves migratorias, para hacernos experimentar el placer de estar en esta “residencia de reyes, cuna de príncipes”.

Notas

1 Acceso al artículo "El acueducto de Segovia" (30 de marzo de 2023), Meer.
2 Sobre Cristóbal Colón nos referimos en "El descubridor del Nuevo Mundo" (30 de octubre de 2020), Meer.
3 Acerca de estas torres nos explayamos en "¿Cuál torre inclinada?" (30 de enero de 2024), Meer.

Alcalá Hoy. (2024). El Ayuntamiento de Alcalá retoma la ruta de las cigüeñas en febrero para celebrar San Blas. AlacalaHoy.
Andersen, H. C. (2011). Las cigüeñas. USA, NoBooks Editorial. 32 pp. Disponible en Ciudad Seva.
Azaña, E. (1986). Historia de Alcalá de Henares. España: Universidad de Alcalá de Henares, Secretaría General, Servicio de Publicaciones. 1032 pp.
Bécares, J., J. Blas, P. López-López, H. Schulz, F. Torres-Medina, A. Flack, A., P. Enggist, U. Höfle, A. Bermejo, & J. De la Puente, J. (2019). Migración y ecología espacial de la cigüeña blanca en España. Monografía n.º 5 del programa Migra. Madrid: SEO/BirdLife. 161 pp. Disponible en este link.
Hamilton, E. (1969). Mythology. New York: Little, Brown and Company. 482 pp.