Hay un hecho definitivo acerca de la educación superior del que diariamente somos testigos: la mayor parte de la población en México no tiene acceso a ella. Desde una mirada a las estadísticas y centros de documentación oficiales, puede saberse con certeza que el problema se concentra y se desata en la injusticia económica y social que nuestro país arrastra desde hace décadas, así como en la inequidad en todas sus formas.

Cuando caminamos por las calles pobres de las zonas periféricas de la Ciudad de México, o las de cualquier poblado indígena, nos salen al paso las huellas del desamparo y la evidencia del despojo cotidiano contra quienes apenas logran sobrevivir. Mientras en México persista la injusticia económica perpetrada por un puñado de empresarios que concentran la riqueza del país, no se dejarán de sufrir las crudas manifestaciones de la ignorancia y la pobreza en todos los ámbitos de la sociedad. Las becas educativas o los programas de asistencia económica tendrán resultados limitados y superficiales hasta que, desde el gobierno, se frene la avidez y la insaciable voracidad de quienes, ante los aumentos al salario mínimo, responden con un aumento de precios cada vez más ignominioso. Para nuestra vergüenza, es previsible que esta nación permanezca aún por décadas en la más terrible indigencia intelectual, sin otro futuro que el del continuo y precipitado descenso… lo cual hace titilar de alborozo a los empresarios más encumbrados, a los hinchados políticos del inveterado sistema de reciclaje burocrático, y a los líderes y entusiastas ovejas de todo tipo de sofistería religiosa.

Advertimos pues que la historia contemporánea parece lamentarse: “¡Cuánto talento se ha perdido porque gran parte de la población no tiene los medios para alimentarse y comprar un libro, o porque los adultos jóvenes deben aportar al gasto familiar con un trabajo pagado miserablemente!”. Mientras haya niños sin escuela (los datos de 2023 contaban alrededor de 3.8 millones)1, o niños que lleguen a las aulas con hambre porque en su hogar apenas se sobrevive; mientras haya personas que se queden sin estudiar en la universidad o que tengan que abandonarla por falta de los recursos mínimos, nadie en México (ni en ningún otro lugar del mundo) puede decir con seriedad que se ha avanzado significativamente en la tarea educativa.

Más todavía: en un país donde hay sectores para los que solo llegar a las aulas es ya un logro decisivo, no podemos esperar mucho de la calidad en las habilidades, conocimientos y principios éticos que se podrían adquirir en la escuela, pero ese es un tema que abordaremos en otra ocasión. Lo cierto es que, mientras escribo estas líneas, el cultivo óptimo de las ciencias, las humanidades y las artes sigue siendo un lujo en nuestro país; según las cifras de Secretaría de Educación Pública de 2022-2023, en promedio, por cada cien personas que ingresaron a la primaria en 2006-2007, solo veintiocho egresaron de la universidad2. Las setenta y dos que se quedaron en el camino se encuentran en las filas de la mano de obra barata (agradeciendo a las divinidades que tienen un trabajo donde son explotados) o en el comercio informal, entre los inmigrantes, o se extraviaron en otras cavernas más lúgubres de la ilegalidad.

Con poca o nula capacidad para sacudirse la explotación, los setenta y dos ciudadanos que no concluyeron sus estudios universitarios no podrán defender a cabalidad sus derechos; tampoco podrán reconocer ni engrandecer sus libertades. Ataviados con la ignorancia, la superchería y la superficialidad de la indigencia cultural, lo más probable es que ellos (junto con los que nunca fueron a la escuela, y con los que no tuvieron una educación universitaria óptima), prolonguen por décadas la sumisión masiva a las creencias dogmáticas de toda clase, tanto antiguas como modernas… Apenas un asomo de lucidez es suficiente para percatarnos sobre quiénes han sido los beneficiarios de este fracaso educativo ya centenario.

La educación en las universidades públicas y gratuitas, por tanto, sigue siendo una riqueza (¿puede acaso haber una mayor para el ser humano?) a la que apenas algunos ciudadanos pueden acceder. Entonces, si consideramos el contexto socio-demográfico de México, es poco probable que los estudiantes que ingresan a la educación superior posean, desde el inicio, la justa conciencia del significado, de los derechos, las obligaciones y los valores implicados en su formación en este nivel educativo. En adelante voy a agrupar estos elementos bajo la noción de cultura universitaria que, como se podrá prever, no necesariamente se cultiva en los entornos inmediatos de los estudiantes mexicanos en general.

Los principios de la cultura universitaria

La universidad es la comunidad donde se crean y discuten los principios, modelos y directrices del futuro. Es allí donde se diseñan, ensayan y se realizan los principios de la transformación histórica de una sociedad. De ahí que los fines de la educación superior conlleven dos sentidos:

  1. Uno propositivo, que funda y modela las prácticas culturales con las que la sociedad se guiará y,
  2. Un sentido crítico, que se articula con el primero e implica un análisis libre e irrestricto de las ideas.

La finalidad social de los dos sentidos es lograr justicia en todas sus formas (económica, epistémica, social y cultural) y, además, formular propuestas emancipadoras para toda la comunidad. Por ello, el conocimiento y la cultura que se crea en las universidades se debe expandir y diseminar en toda la población, proponiendo los cambios de una nación a la luz de su continua evolución. En suma: la universidad pública es una institución que prepara a las sociedades para sus propias revoluciones.

El hecho patente de que los principios más elementales de la cultura universitaria no sean adquiridos en los contextos sociales en que viven los mexicanos, obliga a las instituciones de educación superior a diseñar y llevar a cabo campañas permanentes de información y difusión de dicha cultura, dirigidas a sus propias comunidades. Sostengo que en las universidades debemos esperar que los distintos actores incorporen, compartan, cultiven, reflexionen y, por supuesto, amplíen estos principios en sus prácticas cotidianas. He aquí una lista (por supuesto no exhaustiva) de algunos elementos esenciales de esta forma específica de formación. A mi ver, tales principios deben ser promovidos de manera permanente y explícita desde el interior de las escuelas, especialmente a través de sus órganos administrativos y de gobierno.

Ética social universitaria

Se refiere a la amplia serie de principios que la comunidad universitaria debe compartir en su vida cotidiana. Establecemos tres grandes grupos de principios éticos:

  1. Por un lado, están las libertades fundamentales en la universidad, tales como la libertad de expresión, de cátedra y la libertad de opinión y de crítica de las ideas, entre otras.
  2. Por otro lado, se encuentran los principios de la ética del cuidado, que rigen las relaciones de quienes integran la comunidad, y que se expresan en la empatía, la solidaridad, en el cuidado de la integridad física, psicológica y moral de uno mismo y de los demás, así como en el respeto y la consideración de la dignidad humana.
  3. Finalmente, debemos proponer un ideal ético socialmente emancipador, que concibe a los universitarios como agentes que promueven y educan, que con su acción y su crítica cotidianas realizan y proponen cambios sociales encaminados a la construcción de una comunidad libre y justa; la comunidad comprende, por cierto, a la nación y a la humanidad entera.

La labor crítica de la universidad

Estos principios definen uno de los quehaceres esenciales en la educación terciaria. Digamos, para abreviar, que la crítica consiste en el libre examen y el cuestionamiento racional de las ideas. Cultivar las habilidades de análisis, debate y argumentación en una institución educativa tiene que ver, al menos, con dos dimensiones:

  1. Crítica para y desde sí misma, esto es, la reflexión racional y el libre cuestionamiento continuo al interior de sus estructuras académicas y de organización. Históricamente, las comunidades artísticas y científicas han alcanzado sus logros más notables cuando el libre diálogo y la controversia tienen lugar entre sus participantes; así mismo, es de esperarse que la asunción del auténtico cultivo de la crítica aliente la curiosidad, el conocimiento y la expresión de los universitarios.
  2. La crítica universitaria hacia el exterior: los resultados artísticos y científicos que las universidades realizan poseen una dimensión social, pues estos resultados deben ser planteados y publicados para proponerlos ante instancias gubernamentales, para educar a sectores de la sociedad sobre temas y problemas que se han estudiado en la universidad, para abrir debates sobre fenómenos naturales, culturales y sociales de interés público, y para difundir el conocimiento que la universidad ha producido.

La labor crítica de la universidad se ejerce en el interior y hacia el exterior. Creo que ambas direcciones son esenciales en el quehacer universitario.

Los valores universitarios

  1. Integridad intelectual: se entiende por esto un conjunto de valores y máximas que incluyen el compromiso de ser honestos en las prácticas, procedimientos y resultados científicos, así como la indagación libre y rigurosa de cada uno de los temas que los universitarios se proponen. Además, debemos incluir en este rubro los valores relativos a la perseverancia en el quehacer académico, que se actualiza en estudios a largo plazo (desde la licenciatura o pregrado hasta el doctorado), y se despliega en la investigación como práctica constante en la vida profesional.
  2. La responsabilidad y autonomía de cada uno de los universitarios sobre su propia formación: consiste en asumir que los universitarios, siendo adultos, toman sus propias decisiones con respecto a su educación, y ellos mismos son responsables de dirigir el rumbo y los alcances de su formación.
  3. La importancia de la graduación: este aspecto puede ser visto como un corolario del anterior, sin embargo, dada la coyuntura de las universidades públicas en México, se trata de enfatizar que la titulación y la obtención de grados académicos, por una parte, sostienen el desarrollo profesional, laboral e intelectual y, por otra, la titulación y la graduación constituyen un deber y una obligación moral que tiene la comunidad universitaria consigo misma, con su comunidad más cercana, y con la sociedad que ha costeado sus estudios.
  4. El punto de vista universal de la cultura: se trata de considerar críticamente los diferentes aspectos de distintas culturas, tradiciones, corrientes de pensamiento, perspectivas científicas, artísticas y de saberes, no necesariamente para aceptarlos, sino para promover su examen y discusión colectiva, para analizar libremente sus premisas y sus consecuencias en el contexto de la diversidad de las ideas. Esto supone, como base común, el diálogo racional, empleando óptimamente la riqueza de distintos lenguajes (aquellos propios de las disciplinas o del arte), así como de otros idiomas.

De lo anterior, podemos aseverar que la cultura universitaria comprende una serie de principios éticos, sociales e intelectuales de diverso jaez, propios de la educación superior. Y es necesario notar que, equivocadamente, en las instituciones educativas se puede suponer que estos principios se adquieren o se asumen por el solo hecho de ingresar a alguna universidad pública o por ser parte de ella. Este supuesto es equivocado: en particular, si deseamos que la comunidad universitaria practique y cultive estos principios, las políticas y estrategias institucionales deben ser muy claras sobre ellos; es importante hacerlos explícitos, difundirlos permanentemente y compartirlos en las instituciones educativas. La universidad es una entidad circunscrita social y culturalmente, por ello, no podemos asumir sin más que los principios que he planteado en estas líneas sean parte de la vida cotidiana de la población en general.

Es justamente en el espacio universitario emancipador, racional, libre y creativo, donde las vidas y destinos de una nación se pueden transformar. Estimo entonces que toda institución pública de educación superior tiene la obligación de promover consciente y decididamente los valores y las prácticas de la cultura universitaria en permanentes campañas de publicidad, foros, debates y, por supuesto, en las aulas.

Notas

1 Para ampliar sobre el ausentismo en la escuela, consultar el siguiente artículo.
2 Puede consultar dicha cifra en el libro Principales cifras del sistema educativo nacional (2022-2023), pág. 14.