[…] ocurridos en un momento del tiempo [los mitos] forman también una estructura permanente.

(Claude Lévi-Strauss)

Según el filósofo neokantiano, Ernst Cassirer, la progresiva destrucción del pensamiento mítico, con las características que afectaron su estilo, método, contenido y finalidad; se constataría notoriamente en el pensamiento de Sócrates. En el diálogo platónico, Fedro, el filósofo ateniense habría afirmado que, antes de discutir sobre la naturaleza de los dioses, sería conveniente seguir el precepto délfico: “¡Conócete a ti mismo!” (γνῶθι σεαυτόν, gnothi seautón)1. Solo el discernimiento de la esencia ética de los seres humanos, permitiría comprender lo que realmente importaría: la diferencia entre el bien y el mal; sin atender al mundo del mythos y desoyendo los relatos que solamente ofrecerían narraciones fantásticas protagonizadas por dioses y héroes.

Que Sócrates buscase dar alguna interpretación racional a algunos pasajes míticos para señalar cierta inteligibilidad consistente; no autorizaría, según Cassirer, a asumir que dicho intento fuese fructuoso ni auspicioso. Sin embargo, pese a tal opinión, siempre quedaría abierta la posibilidad de que, arbitrariamente, se interpreten los mitos griegos explicitándose su supuesta clave lógica. Tal es el caso, por ejemplo, de la narración del rapto de Oritía cometido por Bóreas.

En Las metamorfosis2, Ovidio narra cómo Bóreas, dios del frío viento invernal, raptó a Oritía para engendrar sus hijos. Βορέας, en griego, significa viento del norte y viento de la montaña, aunque también denotaba algo que devora. Se trata de uno de los tres dioses griegos del viento, representado por un anciano alado, barbado y con los cabellos desgreñados, relacionado con los caballos y envuelto en una túnica de nubes. Los atenienses, ante la amenaza de la invasión de Jerjes, oraron a Bóreas para que hunda 400 naves persas. Oritía fue una princesa ateniense que después de rechazar las súplicas de Bóreas para que fuese su esposa, sufrió el rapto que le infligió el dios del viento haciendo gala de su iracundo carácter. La explicación inteligible de Sócrates referiría cómo el viento invernal habría provocado la caída de Oritía sobre las rocas, produciendo su muerte; así se comenzó a decir: “Bóreas se la llevó”, es decir, raptó su alma. Por lo demás, el nombre Oritía estaría relacionado con la palabra όρος (oros, que significa montaña; y de ahí, Oréades: ninfas de los montes; y Orestes: montaraz)3. Oritía mentaría los sacrificios de la joven princesa en las montañas, honrando los misterios mágicos griegos.

El término griego μῦθος (mythos) dio lugar a la palabra española mito. Originalmente, sus significados fueron, en primer lugar, “leyenda”, “cuento” y “fábula”; pero también “algo fabuloso” y a quien hiciera una “apología de tales narraciones”. Por otra parte, mythos refería el significado de “palabra”, de “diálogo”, de “conversación”, “rumor”, “anuncio”, “mensaje” y “discurso”. En tanto que las acciones de “pronunciar” y de “recitar” un texto fueron también referidas con el término mito, aplicándoselo asimismo a “consejo”, “orden” y “prescripción”.

Según Ernst Cassirer, Sócrates y Platón habrían expuesto un mundo filosófico, no mítico, desde una perspectiva racional. Sería un mundo verosímil descubierto con la lectura inteligible que descifraría cualquier significado. Superar el mundo del mythos implicaría hablar un lenguaje racional, tratar contenidos comprensibles de manera universal, hacerlo con un estilo apropiado y realizar la finalidad del entendimiento. Platón representaría el tránsito del mythos al logos, tal y como lo afirma la extendida interpretación alemana de la filosofía griega, enfatizando que “los griegos fueron los primeros cultivadores del pensamiento racional”4.

Cabe tenerse en cuenta que Claude Lévi-Strauss ha ratificado que, al repetirse el mito, sería recreado. La repetición acontecería dentro de una lógica que determinaría su sintaxis. Esta proyectaría imágenes con contenidos para que el destinatario los asuma. Así, aunque la repetición implique introducir modificaciones en la narración y se dé en distintos momentos, seguiría recurrentemente, una estructura que es permanente5, la que formaría “una especie de grupo de permutaciones”, de modo que “las variantes colocadas en ambas extremidades de la serie ofrecen, una con respecto de la otra, una estructura simétrica, pero invertida”.

Las relaciones ordenadas en un movimiento determinado producirían un efecto narrativo que descubriría valores y anti-valores, relaciones sociales, representaciones de la vida y componentes de la cosmovisión implícita. Todo estaría expresado en imágenes vívidas que aparecerían tan independientes como complementarias. Además, es frecuente que los mitos erijan un “protagonista” que aparecería como el sujeto del hacer, referirían algún “coadyuvante” que refuerce la valoración, y mostrarían a algún “antagonista” que realice lo mismo, aunque de forma invertida: por la negativa. El mito formaría guiones que expresen contenidos según programas narrativos de base. En los mitos platónicos, los mensajes corresponderían a distintos programas para transmitir contenidos fundamentales de la filosofía del autor ateniense y del pensamiento de su maestro, Sócrates.

Para Ernst Cassirer, Tucídides habría enfrentado las ideas fantásticas en la narración histórica con una beneficiosa influencia; en tanto que, al estudiar la naturaleza, los pensadores presocráticos tuvieron aproximaciones metódicas convenientes para develar racionalmente las esencias de las cosas. Desde Tales de Mileto hasta Platón, se habría consumado un proceso largo que terminó con la reunión sistemática de un conjunto diverso de componentes conceptuales elaborados antes del filósofo ateniense, ofreciendo él, una visión pletórica, articulada y completa, alejada de las narraciones míticas que compondrían apenas discursos dudosos de inverosímil colorido.

El momento clásico de Sócrates representaría el triunfo pleno del logos, con la filosofía presocrática como un momento del itinerario hacia el triunfo de la razón, en detrimento del pensamiento mítico. Sin embargo, caben varias objeciones. Existe duda razonable acerca de que los contenidos de los filósofos presocráticos siguieran el inequívoco decurso hacia el descubrimiento de la verdad y la conformación sistemática de conocimiento científico y filosófico con conceptos absolutos y racionales refiriendo estructuras universales, necesarias e inconcusas. En este sentido, la hipótesis de la muerte progresiva del mito en la filosofía griega no es inobjetable ni consistente. Además, contra la argumentación de Ernst Cassirer, las recurrencias míticas no constituyen, indefectiblemente, lastre de la razón. Tal aseveración vale no solo para los pensadores presocráticos, sino para los clásicos, incluso para los textos maduros de Platón.

El logos (λόγος)6 tiene un significado multívoco; λέγω (lego) como verbo, significa hablar, por lo que λόγος se asocia con el significado: palabra. Gracias a los términos se daría solidez a las ciencias y a los tratados. Además, fueron frecuentes otros sentido de λόγος: “apreciación”, “afirmación”, “argumento”, “buen sentido”, “concepto”, “correspondencia”, “cuenta”, “conversación”, “condición máxima”, “criterio”, “declaración”, “definición”, “discusión”, “ejemplo”, “expresión”, “explicación”, “fábula”, “fama”, “fundamento”, “hecho”, “idea”, “inteligencia”, “juicio”, “justificación”, “libro”, “mandato”, “materia de conversación y de discusión”, “mención”, “motivo”, “narración histórica”, “novela”, “obra”, “oración literaria”, “oráculo”, “parecer”, “pretexto”, “promesa”, “proporción”, “prosa”, “prueba”, “proposición”, “razón de las cosas”, “razón divina”, “razón justa”, “refrán”, “relación”, “razón recta”, “resolución”, “revelación divina” y “vaticinio”. Así, las coincidencias y significados anfibológicos, aun relativamente, se evidenciarían en el idioma griego antiguo, tanto empleando la palabra mythos como en la palabra logos.

En el pensamiento presocrático hubo insistentes imágenes míticas, creaciones poéticas, recurrencias emblemáticas y prácticas simbólicas. Son frecuentes los estilos y los contenidos analógicos, metafóricos, evocativos, referenciales, místicos, elocuentes y artísticos. Por ejemplo, la filosofía pitagórica hizo del número la ignota profundidad de las cosas en su ética y ontología. La μάθησις (máthesis) quedaría determinada por el término μαθημάτικός (matemática) que, en griego antiguo, significaba tanto “acción de aprender e instruirse”, como “conocimiento” e “instrucción”7.

Los filósofos anteriores a Sócrates esbozaron su ética mostrando un asentimiento axiológico genuino y evidenciando orientaciones religiosas y espirituales esotéricas, inseparables del resto de sus ideas. Tanto fue así que, concluida la antigüedad clásica, irrumpieron en la historia de la ética, entre otros efectos discursivos e ideológicos, concepciones morales tan distintas como el cinismo, el escepticismo, el estoicismo y el epicureísmo.

Es indiscutible que Platón es el filósofo por excelencia. El constructor del primer y gran sistema consistente, abierto y potente que influye, todavía hoy, sobre un amplio conjunto de temas e ideas filosóficas, recorriendo fructíferos e interminables caminos teóricos, con impacto genuino y diverso sobre la filosofía occidental que devino y se proyectó después de él: una sucesiva discusión de innumerables interlocutores que dialogan sobre los principales y más profundos temas del conocimiento. Pero creer que el logos platónico, impersonal, discreto, opaco y abstracto, enunciara contenidos excluyendo conscientemente alegorías figurativas, metafóricas y simbólicas, sin sumergir al lector en la anfibología, el ensueño y la fantasía, implica no haber degustado profundamente sus diálogos.

Si se considera, por ejemplo, el inicio del Libro VII de La república, se advierte que el texto comienza con una exhortación que Sócrates hace a Glaucón. Le dice: “Represéntate ahora el estado de nuestra naturaleza, en orden a la ciencia e ignorancia, bajo la pintura alegórica que voy a hacerte”8. Entender que la descripción del mito de la caverna es una “pintura alegórica”, no remite, como fuera de esperarse, a una superación necesaria del mundo mítico, afirmando la supremacía del mundo racional. Al contrario, curiosamente, para desarrollar aspectos sustantivos concernientes a su visión profunda, Platón empleó recurrentemente, alegorías rebosantes de imágenes con interpretaciones diversas.

Los mitos explayan saberes implícitos, dudosos y ficticios; pero no cabe suponer que los filósofos antiguos, y Platón en primer lugar, hayan desplegado el conocimiento inconcuso, esencial y verdadero de la ciencia y la filosofía, renunciando a las formas míticas. Platón no evitó la narración placentera de complicidad intensa; no se restringió al mundo frío de las esencias en el que prevalece el cálculo. Unió la subjetividad, la ficción y la fábula del mito, con la objetividad, la ciencia y la razón de la filosofía.

Mucho tiempo después de que los primeros filósofos griegos buscasen la sabiduría mediante el uso de la razón; la filosofía continúa problematizando a los pensadores que se cercioran de que los cuestionamientos no se han respondido concluyentemente y han aparecido nuevas interrogantes en el mundo cambiante. Sócrates fue más un escéptico y no podía ser un sofista. Su famosísima frase “sólo sé que no sé nada” impacta al mundo porque ridiculiza a quienes se creen sabios. Pese a los sistemas e ideologías, no sabemos nada y cuanto más creemos entender el mundo, menos lo comprendemos. En la labor filosófica, son tan válidos el lenguaje más abstracto y formal para esbozar respuestas ante cualquier pregunta, incluso la más diversa y peregrina; como son legítimos y necesarios los nuevos cuestionamientos, respondidos recurriendo a cualesquiera alegorías, tanto más desafiantes cuanto auspician mejor la construcción de nuevas respuestas, solamente de valor relativo.

Si bien son notorias las diferencias del mundo ambiguo, confuso, hiperbólico y múltiple de Hesíodo y Homero en comparación con algunas verdades frías apreciadas en el pensamiento de Sócrates, Platón y Aristóteles; el caso del filósofo ateniense del mundo de las ideas muestra que no renunció a la vivencia lúdica, a la imitación ni a la analogía; cultivó la imaginación y la representación; en tanto que su maestro sembró la oralidad, la centralidad del oído y la connivencia en el relato fabuloso que fomenta el pensamiento, sin que se reduzca a ambos pensadores a quienes expresen solamente la abstracción, el discernimiento y el conocimiento como develamiento de las cosas.

Notas

1El mito del Estado. Trad. Eduardo Nicol. Fondo de Cultura Económica. México, 1992, pp. 72-3. La referencia es de Fedro: 229c, ss.
2 Véase el Libro VI de Publio Ovidio Nasón. Trad. Ana Pérez Vega. Hay versiones disponibles en Internet, pp. 675 ss.
3 Cfr. de Rufo Mendizábal, S. I. et al., Diccionario griego-español ilustrado. Editorial Razón y fe. 5ª ed. Madrid, 1963. Vol. II, pp. 183, 289.
4 El mito del Estado. Op. Cit., p. 64.
5 Véase Antropología estructural de Claude Lévy-Strauss. Trad. Eliseo Verón. Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1977; pp. 189, 204.
6 Diccionario griego-español ilustrado. Op. Cit., Vol. I, p. 357. También, véase de Rubén Carrasco de la Vega, Diálogo con Heidegger: Aprendamos a filosofar. Instituto de Estudios Bolivianos. Tomo I. La Paz, pp. 87-8.
7 Diccionario griego-español ilustrado. Ídem, Vol. I, p. 333.
8 La república. Trad. José Tomás y García. Emecé. Buenos Aires, 1945. pp. 372-3.