Querida sor Teresa Benedicta de la Cruz:
He dudado en escribirle porque la he leído muy poco, pero debí hacerlo cuando se cumplió el 80 aniversario de su envío al campo de exterminio de Auschwitz (agosto de 1942). No quiero dejar que pase más tiempo y poder comentarle sus memorias (algunos las titulan Mi vida, pero la edición en castellano de 1992: Estrellas amarillas: autobiografía, y a las que se le deben agregar su texto de 1939: Cómo llegué al Carmelo de Colonia), de la cual solo he podido leer algunas partes ¡Partes maravillosas que me han llenado de admiración! En ellas hay una síntesis, una suma de elementos en su vida que justifican el haber sido proclamada copatrona de Europa por el Papa San Juan Pablo II el primero de octubre de 1999 (Motu proprio Spes Aedificandi). Es lo que nuestro querido santo padre llamó en dicho texto: «la riqueza de su historia» y las «mejores tradiciones» del viejo continente; y que yo voy a reinterpretar enumerando las siguientes: el ser judía y jamás rechazar el pertenecer a dicho pueblo, su permanente búsqueda de la Verdad por lo que se hizo filósofa, su conversión al catolicismo, su vocación de carmelita descalza y finalmente abrazar la cruz en el martirio en medio de la Segunda Guerra Mundial y la Shoá.
Usted representa un excelente ejemplo para nuestro mundo, el cual ha caído en el dogma del cientificismo; es decir, en el uso de la ciencia no cómo búsqueda de la verdad sino como rechazo al fenómeno religioso. Al mismo tiempo, es un mundo que peligrosamente va dejando la natural curiosidad filosófica de nuestra condición humana, y no advierte que todo esto debilita las democracias. ¿Importa la Verdad o cualquier verdad hoy en día? Muchas veces me hago esta pregunta ante nuestra tendencia a ser dominados por lo virtual, por la atomización de la sociedad… y de allí el salto a los totalitarismos es muy corto. Nunca dejó de buscar, de cuestionarse, de estudiar; y si esto al principio la hizo pasar por el ateísmo no se detuvo y finalmente todo lo llevó al Absoluto Amor. No fue inmediato, pero todo fue sumando.
Es un ejemplo, pero pocos la conocen, a pesar de que al colocar su nombre en el buscador de Google aparecen casi 11 millones de entradas, y si lo hago con su nombre de carmelita poco más de 6 millones. ¡Ana Frank tiene 338 millones! En mi país hay un pequeño colegio en San Antonio de Los Altos (estado Miranda) que lleva su nombre desde 1999, al menos hay reconocimientos que valoran su gran aporte. Otra forma de conocerla fue leer la hermosa biografía que le escribió Francesco Salvarani (2012): Edith Stein. Hija de Israel y de la Iglesia y la película de 1995 de Marta Meszáros: La séptima morada. Lo bueno de la biografía de Salvarani es la cantidad de cartas y escritos vuestros que apoyan el relato de su vida, junto a los testimonios de tantos que la conocieron.
En el filme se logra transmitir el gran dolor que sufrió porque vuestra madre siempre estuvo en contra de la conversión al catolicismo. No le dolió tanto la etapa atea como cuando entró a la Iglesia Católica ¡y se hizo monja carmelita! El ser la última hija me imagino que las unió muchísimo ¡y cuánta admiración debió tener por una madre que al enviudar tan joven asumió el llevar la empresa familiar y cuidar seis hijos! Por no hablar del cariño que le tuvo su madre ya que usted nació el día del Yom Kippur en 1891. Luego vino toda esa etapa de crecimiento en la que demostró su profunda inteligencia y disciplina: era lo que siempre había anhelado una madre judía de principios del siglo XX en un país tan culto como Alemania.
Me sentí identificado con la gran libertad y crecimiento personal que vivió durante la adolescencia. La religiosidad de vuestra madre iba acompañada de un respeto de la dignidad y autonomía de sus hijos, de esa forma aceptó que dejara de estudiar, aunque ya aceptaban chicas en el bachillerato. ¡Cuán cerca tenemos la discriminación educativa (entre tantas otras) de la mujer! Pero después de esa etapa en la que «dejó de rezar» retomó los estudios y su inteligencia brilló ¡yo también pasé por esa edad de una gran piedad religiosa al agnosticismo, para luego redescubrir mi fe y luchar para vivirla plenamente!
De igual forma en la adolescencia comparto con usted la pasión lectora de la cual dice: «estas lecturas literarias de la época me sirvieron para mi vida entera». Y es verdad que nos marcan ¡con alegría y nostalgia recuerdo esos tiempos que podía leer libremente y casi todo el tiempo que quería! Y el nacimiento del interés político, que en su caso demuestra un sano feminismo al incorporarse a la Asociación Prusiana por el Voto de las Mujeres, y digo sano porque hoy es algo que se ha trastornado. Persuadida que se está en la Tierra «para estar al servicio de la humanidad, y hacer de la mejor manera posible aquello por lo que nos inclinamos». De esta manera cultiva el intelecto entrando a las universidades de Breslau y Gotinga haciendo de la filosofía la preferencia de sus estudios.
Al comenzar la Primera Guerra Mundial, fiel a sus convicciones, se prepara para ser enfermera y ayudar a los combatientes de su patria. Me atrevo a decir que fue esta experiencia de entrega gratuita y conocimiento de la cruz en la Tierra, sumado a su búsqueda de la Verdad; que finalmente permitió su conversión al cristianismo católico. Sus inquietudes espirituales fueron satisfechas por la lectura de las obras de los grandes santos como san Ignacio de Loyola, San Agustín y finalmente la lectura que determinó toda su vida desde 1921: las memorias de Santa Teresa de Ávila. Pero me gusta pensar que todo sumó, y probablemente las pequeñas y sencillas de acciones de algunos católicos del montón fueron también determinantes; y así nos dice: «Para mí fue algo bastante nuevo. En las sinagogas y templos que yo conocía, íbamos allí para la celebración de un oficio. Aquí, en medio de los asuntos diarios, alguien entró en una iglesia como para un intercambio confidencial. Esto no lo podré olvidar jamás». Y sobre todo cuando afirma: «la causa decisiva de mi conversión al cristianismo fue la manera en que mi amiga (Pauline Reinach) aceptó por la fuerza del misterio de la cruz el sacrificio que se le impuso debido a la muerte de su marido». Y aunque desde el principio anhelaba entrar al Carmelo, solo este sueño se dará en 1935.
Mi espiritualidad probablemente se alimenta más de estos ejemplos que de los grandes textos, pero la Verdad se ayuda con todos estos medios. Nunca olvido la piedad constante, generosa y humilde de mi abuela. Después de su bautismo en el Año Nuevo de 1922 empezó en Alemania el lento ascenso de los nazis. Algunos de sus biógrafos consideran que desde su experiencia en la Primera Guerra Mundial ya rechazaba los totalitarismos (marxista o fascista), para luego identificar a los nazis como los destructores de la relación ideal entre Pueblo-Estado-Gobierno. Al iniciar la dictadura de Adolf Hitler y la persecución de los judíos, perderá su cátedra y la posibilidad de ser profesora. En ese momento escribe al Papa (Pío XI) ante el antisemitismo nazi el 12 de abril de 1933 comenzando con una hermosa frase: «Como hija del pueblo judío, que, por la gracia de Dios, desde hace once años es también hija de la Iglesia Católica, me atrevo a exponer ante el Padre de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes». Y luego, lo que muchos señalan cómo la inspiración de la futura encíclica de Pío XI en contra del nazismo:
Desde hace semanas, no solamente los judíos, sino miles de auténticos católicos en Alemania, y creo que en el mundo entero, esperan y confían en que le Iglesia de Cristo levante la voz para poner término a este abuso del nombre de Cristo. Esa idolatría de la raza y del poder del Estado, con la que, día a día, se machaca por radio a las masas, ¿acaso no es una patente herejía? ¿No es la guerra de exterminio contra la sangre judía un insulto a la Sacratísima Humanidad de Nuestro Redentor, a la Santísima Virgen y a los apóstoles? ¿No está todo esto en absoluta contradicción con el comportamiento de Nuestro Señor y Salvador quien aún en la Cruz rogó por sus perseguidores?
Al final la guerra y a pesar de la huida a Holanda a otro convento, allá la sacan del convento junto a su hermana Rosa el 2 de agosto, y termina en tan solo una semana en el campo de transición de Westerbork y luego en Auschwitz. La rapidez de los eventos tiene su causa en el rompimiento del silencio de la iglesia de los Países Bajos al denunciar la deportación de los judíos. Sin duda la Iglesia tenía que ayudar de otras formas. Existen testimonios de estos días, de una monja con una estrella amarilla que iba de un lado a otro consolando las madres desesperadas ante el horror del Holocausto. No solo era generosa, sino que «se distinguía por una extrema tranquilidad y calma». ¡Cuánto anhelo lograr la paz que Nuestro Señor te regaló abundantemente cuando más la necesitabas! Quedo en deuda para otra carta cuando haya leído vuestras principales obras. Solo pido que reces por nosotros, y una vez más agradecerte por acercarnos a la Verdad.