Nuestra casa es en donde vamos construyendo nuestra historia: historia de familia, historia de sentimientos, de vivencias, el camino que recorremos por la vida.
Un apoteósico ejemplo lo vemos en la famosa Domus Aurea, residencia del emperador Nerón, quien es recordado por su excentricidad, entre otras cosas, hoy después de casi 2000 años, podemos aún ver pinturas y mosaicos que nos hablan específicamente de lo que sus moradores sentían, es un testimonio de un pensamiento, nos hablan de sus gustos artísticos y de sus sentimientos más íntimos. Por eso que las casas son tan importantes, porque si pudiéramos tocar sus paredes, podríamos sentir las vibraciones de los que las habitaron y, aprendiendo a mirar los detalles, podríamos descubrir cosas muy importantes sobre ellos.
La casa de mi abuela es por antonomasia, «la casa» donde están mis mejores recuerdos de niñez, estaba llena de amor incondicional, fantasía y seguridad.
La casa de la Nina, atesora las historias de toda nuestra familia, buenas y malas experiencias de vida que permanecerán allí por la eternidad.
Existen casas que se han trasformado en verdaderos museos, palacios que han acogido a personajes ilustres que han dado una personalidad a sus viviendas y viviendas que han dado personalidad a sus habitantes.
La casa museo de la reconocida escritora Jane Austen, en el poblado de Chawton, Inglaterra, nos introduce hoy, a una gran casa de rojos ladrillos, un jardín muy cuidado, habitaciones y espacios como los detallaba en sus célebres novelas, un lugar que pareciera haberse quedado sostenido en el tiempo de Emma y de Orgullo y prejuicio, se sienten en la atmósfera los olores del 1800, tan bien descritos en sus libros.
Pareciera que la cotidianeidad de ese tiempo reviviera al entrar en este lugar, así sin más, te encuentras con su pequeña mesa de madera junto a la ventana desde donde se pierde la mirada en el añoso jardín y nos encontramos en la intimidad más profunda de su creación literaria.
Otra vivencia totalmente distinta la encontramos en la Casa de Ana Frank, en Ámsterdam, me refiero a su última morada-escondite antes de ser deportada a Auschwitz junto a su familia y luego a Bergen-Belsen, en donde junto a su hermana Margot, encontrarán la muerte.
Esta niña preadolescente, dejará impreso en su diario los sentimientos que la habitaron durante los 2 años de clandestinidad, un refugio hecho detrás de una casa, un escondite que la hacía desaparecer de la vida cotidiana oficial, para vivir una vida recluida en un pequeño espacio que se convirtiera en su mundo entero.
Hoy se puede visitar esta casa transformada en museo de memoria y muchas personas perciben aún esa pesada energía de dolor y miseria humana.
Subiendo por las colinas de Fiesole, en Italia, nuestra mirada se cruza con una pequeña torre, que otrora fuera roja, dando el nombre a La Torrossa, la torre roja, una antigua casona que nos cuenta la historia de la escultora chilena, Rebeca Matte Bello, que desde el 1915 hasta el día de su muerte, en 1929, la habitó.
Esta casona «villino» como la llamaba su hija Lily, dio a sus moradoras, la paz que, con tanto ahínco, buscaban. Ese aire toscano tan beneficioso para pulmones maltratados por los cánones de la época, que guardaron tantas lágrimas producto de frustraciones, de palabras no dichas, por incomprensiones que no conocían léxico que pudieran explicarlas y que en esta casona encontraron la abundancia de aire que permitió a la artista de transformar todos sus sentimientos en obras maestras y plasmar en el mármol lo que su boca parecía no saber descifrar.
La Torrossa, hoy centro de eventos, domina, con una vista soberbia, una Florencia que desde siglos modela el paisaje.
Siguiendo al norte de Italia, nos encontramos con el famoso Palacio Venier de los Leones, en donde nos sumergimos en la excéntrica e intensa vida de dos de sus más importantes moradoras, la marquesa Luisa Casati que la habitó entre los años 1910 y 1924, y la célebre coleccionista y mecenas Peggy Guggenheim, quien la habitará desde el 1951 hasta el 1979, año de su muerte.
Luisa Casati, marquesa, coleccionista de arte, denominada por algunos «obra de arte viviente», le dio un vigor noble a la «belle époque» italiana, su figura acogía el reino de la luna, sus días iniciaban al atardecer entre bailes y fiestas, entre pasiones y encuentros espiritistas.
Luego el palacio viene adquirido en 1948, por la también excéntrica Peggy Guggenheim. En 1980 se abre la galería de arte al público despertando gran interés no solo la conspicua colección, sino también por el fascino de su fundadora.
El museo contiene obras de arte del cubismo, futurismo, pintura metafísica, escultura de a vanguardia, expresiones artísticas de grandes maestros como Picasso, Braque, Duchamp, Brancusi, Mondrian, Kandinsky, Miró, Klee, Miró, Dalí, Magrit, Pollock, Modigliani, por nombrar algunos.
Cada lugar habitado refleja momentos que marcaron y dejaron la huella indeleble de sus moradores, desde el emperador, la escritora, la niña refugiada, la escultora, la mecenas y yo y tú en tu hogar, con esos olores primordiales, que nos llevaremos impregnados en nuestra memoria hasta el fin de nuestros días, felices de saber que nuestra morada seguirá transmitiendo nuestras vibraciones y nuestro reflejo que seguirá acunándose en sus paredes.