Cuando los turistas llegan al pequeño pueblo Namotiva, llamado hoy San Juan de Oriente, ubicado al sur de Nicaragua, perciben un lugar silencioso que se entremezcla con un misterioso colorido, revelando una historia que viene de las manos de esta comunidad en su tradición ceramística. Aquí, desde niño, se conoce al sol y a la luna a través del barro.
En este poblado de unos ocho mil habitantes, la mitología mesoamericana encuentra su aposento; el trabajo del alfarero se une al dibujo y la creación pictográfica de sus antepasados, reproduciendo una cosmovisión que define los trazos y la iconografía de sus dioses antiguos, de ceremonias fúnebres, eventos suntuosos y quehaceres de una cotidianidad impregnada de naturaleza.
La habilidad creativa que a partir del barro ha caracterizado a esta parte de la meseta del sur de Nicaragua le valía como moneda de cambio con los pueblos aledaños antes de la presencia europea. De acuerdo con la tradición oral, don Pedro Bracamonte, oriundo del lugar, nos dice que los nativos enterraron numerosas piezas utilitarias y otras con imágenes monocromas y polícromas, pensando, en aquel entonces, que estas pudieran ser encontradas en el futuro, en caso de que la comunidad llegara a desaparecer ante la amenaza extranjera. Es en esta zona, en el vecino Diriá, que habitó el cacique Diriangén, referido por el cronista Pedro Mártir de Anglería en la exploración de Gil González, como: «el cacique traidor», dado a que fue el primer líder guerrero que opuso resistencia y quiso recuperar las ofrendas y tostones de oros que los soldados españoles aglomeraban en aquel territorio.
Cuentan los lugareños que sus ancestros bajaban a las laderas de la cercana Laguna de Aoyoo o de Apoyo, hoy reserva natural, para obtener de la tierra ciertos pigmentos como el rojo, negro, café, blanco hueso, dadas las particularidades del suelo. Al dirigirse a las orillas del cráter de agua, se adoptaban acciones como las de guardar silencio dentro del bosque circundante; era esto una forma de reverencia que, según sus creencias, permitiría la fluidez de colores en el camino con más facilidad. De manera jocosa, ellos relatan que a los hombres se les hacía más fácil mantener el voto de silencio, sin embargo, también se reconoce por parte del poblado que la labor alfarera se vinculaba mayormente a la mujer, ya que el rol masculino se inclinaba hacia menesteres de la agricultura.
El ojo y el tacto de los nativos identificaba también los yacimientos de arcilla, la cual además de maleable y refractable debía ser limpia; a veces se encontraba soterrada. Las modelaciones del barro se realizaban manualmente, apoyándose con instrumentos como: madera, huesos de aves, bambú, olote, e incluso rollos hechos previamente del mismo material. La cocción de las piezas era con leña, al aire libre. Después de una hora en el fuego estas adquirían un color rojo intenso, lo cual era señal de que había alcanzado suficiente consistencia.
Las urnas fúnebres de barro también eran parte de esta comunidad chorotega; el arqueólogo nicaragüense, Deyvi Fonseca Largaespada, nos habla acerca de los hallazgos que ellos denominan entierros primarios y secundarios, donde los exánimes cuerpos primeramente se depositaban en fosas comunes, con las cabezas en dirección al sol poniente, estos permanecían allí hasta que los órganos eran reducidos a esqueleto por las bacterias, posteriormente se trasladaban hacia las cóncavas urnas en forma de zapato. Junto a la osamenta se colocaban también las herramientas de trabajo que, en base a su función social, el difunto hubiera usado en vida, considerando que estas pudieran ser utilizadas igualmente para desarrollar su labor en el otro plano.
Nos refiere Fonseca que, en el corredor arqueológico chorotega, también se han encontrado urnas con prendas de jade en su interior; este precioso mineral, vinculado a lo espiritual, medicinal, y cosmológico, provenía de la zona de la actual Guatemala y México, y era utilizado por la élite. De la misma procedencia se ha descubierto la utilización de rocas de obsidiana; para los guerreros esta piedra volcánica representaba un arma poderosa. Valorada también por el líder religioso o «chamán» que, además de usarla como amuleto, se valía de sus bordes afilados para sus labores médicas, ya que además de ser el sumo sacerdote, también era curandero y partero.
Una vez impuestos los procesos de cristianización por parte de España, la faena ceramística fue reprendida; era pecaminoso y castigado considerar que cualquier espíritu de protección, destino o discernimiento humano pudiera provenir de la naturaleza. También, los nativos eran utilizados tiempo completo como mano de obra forzada por parte de los encomenderos quienes tenían sobre estos un derecho legal de explotación. Los trabajos en arcilla se redujeron estrictamente hacia la producción de utensilios utilitarios.
Después de un largo periodo hasta alcanzar nuestra época contemporánea, la comunidad seguía valiéndose de sus creaciones utilitarias para uso doméstico y comercial. Nos reseña don Pedro Bracamonte que su tía, Dora Bracamonte, aproximadamente en 1930, fue una de las primeras mujeres que, inducida por una maestra en su infancia, empezó a explorar y retomar la aplicación de colores y dibujos sobre el barro. Sorpresivamente esto fue de gran atracción para el mercado local, sirviendo también de estímulo para que el resto de su familia experimentara la pigmentación.
En 1977 tras un previo estudio en la localidad, el Banco Central de Nicaragua gestionó financiar y llevar a cabo un taller escuela que incluía nuevos procesos en la elaboración de cerámica para fines comerciales. Participaron maestros alfareros de México, España y Alemania. En cuanto a la gráfica y cosmovisión precolombina, se contó con la maestría de Ezequiel Membreño, oriundo del vecino Masaya. Se introdujo la utilización del torno para el moldeado, el uso de óxidos de zinc, cobalto y magnesio en la pintura, la aplicación de engobe (arcilla diluida y coloreada), el vidriado o esmaltado, y la cocción en hornos cerrados. El talento innato hacia las decoraciones milenarias renacía en cada casa de la comunidad.
La nueva proliferación de grabados sobre el barro, además de réplicas, también permitió la experimentación. Sin eludir una atmósfera ancestral y mitológica, jugaban con formas y tamaños de la cerámica, abarcando desde figuras simples, a imágenes abstractas de naturaleza, incluyendo trazos geométricos incisos que despliegan un orden exponencial o fractal, en una analogía gráfica a la dinámica multiplicadora del universo. La exposición de deidades como el poderoso jaguar, el cual hoy en día sabemos que solo puede sobrevivir si su entorno selvático se mantiene en equilibrio y que es este un indicador de la salud de los sistemas biológicos. La ambivalencia de Quetzalcóatl como un reptil que es capaz de transitar en las extremidades de la tierra y el aire, mostrando la coexistencia espiritual de elementos opuestos que mantiene la naturaleza para que fluya la vida, así como la luz y la oscuridad. O bien, los ojos del búho que despejaban la sabiduría hacia el mundo de los sueños.
La devoción del poblado hacia el cristianismo empezó a convivir con los instintos de una religiosidad ancestral, pero esta vez para efecto de subsistencia económica. La comunidad llegó a ser distinguida por algunos como un museo al aire libre, hubo reconocimientos internacionales a artistas como Helio Gutiérrez, quien fue galardonado por la Unesco, además de Gregorio Bracamonte, José Ortiz y Miguel Baldonado, cuyos trabajos también adquirieron fama a nivel nacional y en el extranjero. Los turistas paseaban por las calles y estimulaban a los distintos alfareros con la adquisición remunerada de una u otra pieza.
La crisis política que trastocó al país en el año 2018 y sus prolongadas secuelas, ahuyentó considerablemente la afluencia del turismo externo, posteriormente la desenfrenada pandemia mantuvo alejadas las visitas a la localidad. Hoy, el pueblo lucha para que se restablezca su economía y las nuevas generaciones se sientan atraídas por conservar este acervo cultural. Así vive su historia la comunidad de San Juan de Oriente, y mientras las familias elevan sus oraciones, sus dioses antiguos siguen posando desnudos entre el sol y las estrellas.