Algunos estudios recientes del cerebro han demostrado -usando imágenes obtenidas con resonancia magnética funcional (fMRI)- que los jóvenes transexuales manifestaban un perfil neuronal que correspondía al sexo con el cual se identificaban. La materia gris, una substancia grasosa que protege las conexiones neuronales, aislándolas, se muestra masculinizada en las «muchachas», que se identificaban y sentían varones.
Estos estudios fueron publicados en el Journal of Psychiatric Research en diferentes artículos desde el 2011 y permitirían una confirmación precoz de la transexualidad, avalando una transición sexual antes de la pubertad. Las áreas del cerebro donde se manifiestan estos rasgos son principalmente: el fascículo longitudinal superior que conecta la parte anterior con la parte posterior del cerebro, permitiendo la integración de procesos motores y sensoriales a nivel propioceptivo y la parte frontal del cerebro, que está involucrada en la planificación de los movimientos y acciones como también en la personalidad.
El sustrato neuronal demuestra que existen rasgos anatómicos que consolidan actitudes transexuales y relativizan los conceptos de sexo, ya que podemos ser externamente mujeres, pero internamente «varones». Los órganos sexuales y las características sexuales externas, que hasta hoy han sido consideradas los criterios por excelencia para definir el sexo de una persona, pasarían a un segundo lugar, si una persona se identifica con un sexo, teniendo órganos sexuales del sexo opuesto.
En la naturaleza observamos cambios de sexos de hembra a macho, especialmente en los peces. La causa determinante de estas transiciones son los procesos hormonales activados -por ejemplo- por la desaparición del macho dominante. En estos casos, el sexo es fisiológica y anatómicamente reversible y las posibilidades de asegurar una transición sin mayores consecuencias aumentan, si esta se efectúa antes de la pubertad donde los rasgos sexuales secundarios se manifiestan y consolidad en los seres humanos.
La ciencia y el desarrollo tecnológico en el campo médico, neurológico y endocrino nos permite eliminar una serie de tragedias de manera elegante, haciendo posible que la identidad sexual o de género determine el sexo de las personas. Las barreras que persisten son determinadas casi exclusivamente por prejuicios fácilmente superables o destinados a ser completamente ignorados o definidos como síntomas de rigidez mental. El género de una persona depende exclusivamente de su identidad sexual.
En biología no existe un mandato divino y por definición inalterable. Socialmente somos lo que queremos ser y el oponerse a esta regla crea o fomenta tragedias humanas. Este dilema distingue claramente las personas y sociedades. En algunos casos es completamente intolerable huir del destino biológico, en otros contextos, la transición es posible y aceptada. Esta distinción divide el mundo político y existen estrechas correlaciones entre religiosidad, intolerancia y conservadurismo.
Por otro lado, los jóvenes, sobre todo en Europa, aceptan mucho más la posibilidad de divergencia entre sexo, género e identidad. La transición de un sexo a otro es una elección posible en cada vez más países y las políticas de la Unión Europea tienden a asegurar los derechos de los individuos y las comunidades transexuales.
En los artículos de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea que garantizan la dignidad humana, la vida y la integridad de las personas, encontramos el artículo 21 que defiende el derecho a la no discriminación, entre otros, y explícitamente por motivos de género, exponiendo a una penalización a los países, comunidades, grupos y/o personas que no respeten estos derechos. Un punto de partida, que lentamente está cambiando la realidad. Las evaluaciones son que alrededor del 20% de la población no vive su sexualidad según los cánones de una lógica binaria, donde ser uno excluye automáticamente la alternativa como entre femenino y masculino, sin dejar espacios a matices y distinciones, que en otras palabras es la subordinación del ser a la arbitrariedad del destino biológico. Por otro lado, biológicamente hablando, somos todos mujeres y algunas de ellas, masculinizadas por la activación, predominante pero no exclusiva, de la testosterona en la décima semana de vida fetal.