La belleza es un rasgo que tiene gran importancia en la selección sexual, mecanismo mediante el cual los individuos de una especie, generalmente las hembras, seleccionan a otros individuos, generalmente los machos, para aparearse y tener descendencia. Según Michael J. Ryan en su libro El gusto por la belleza: biología de la atracción, esta característica es percibida por determinadas regiones del cerebro de las hembras, que tienen un «molde innato» que les permite seleccionar caracteres sexuales secundarios, rasgos diferenciadores de cada sexo, que presentan una correlación con la calidad del pretendiente. Esto necesariamente necesita que haya operado la selección natural sobre el sexo que elige, es decir, se da una coevolución de la señal y del proceso de evaluación.
Con respecto a qué tipo de carácter es el que atrae a las hembras, parece que tiene que ver con la importancia de la pauta o patrón. Por ejemplo, David Hubel y Torsten Wiesel desarrollaron trabajos sobre el sistema visual de los gatos demostrando que las neuronas respondían a contornos de una orientación específica, mostrándose muy sensibles a los bordes, lo que los mantendría a estos animales a salvo de caer al vacío. Teniendo en cuenta esto podríamos decir que el cerebro tiende a censar características de la realidad según unas determinadas formas o colores que ayudan a la supervivencia de la especie y que este mecanismo puede trasladarse a la selección sexual. Es decir, habría unas preferencias hacia formas determinadas que se intentarían percibir en otros individuos.
¿Qué sucede con la selección sexual en los humanos? Lo cierto es que, aunque nosotros podamos percibir una gran diferencia entre hombres y mujeres, los caracteres sexuales secundarios en humanos no son de los más dispares entre sexos dentro del mundo animal: en mujeres encontramos mamas, voz más aguda, caderas anchas y menos vello corporal; en hombres encontramos barba, voz más grave, más desarrollo muscular y más vello corporal. La variabilidad de estas características, así como de lo que percibimos como atractivo o bello en humanos, nos lleva a pensar que ninguno de estos atributos es decisivo en nuestra selección de pareja.
Robert Trivers desarrolló la teoría en 1972 de que el factor determinante en la selección sexual en el Homo sapiens es la inversión parental, es decir, el gasto de tiempo y energía que dedican los padres en cuidar a sus crías en perjuicio de su propia reproducción. La hembra de la especie humana tiene necesariamente un tiempo mayor de inversión parental, por lo que pasa un periodo sin poder reproducirse, constituyendo un recurso limitado para los machos de la especie y generando competencia intrasexual masculina.
Por otro lado, la tendencia de los machos a invertir cuidado parental, cuando potencialmente pueden estar más libres para volver a reproducirse, es la base de la competencia intrasexual femenina. Las hembras tienen que competir por los machos que puedan generarle más recursos por periodos prolongados.
Evidentemente, hablamos de las características más básicas y biológicas que se tienen en cuenta. Al ser el hombre un animal social y cultural, no se trata solo de recursos y belleza, pues en nuestro sistema generalmente monógamo, la convivencia de la pareja tiene importancia y se valoran atributos de la personalidad del individuo como amabilidad, comprensión, confianza e inteligencia, entre otras. Las hormonas también pueden desempeñar un papel importante en la elección de pareja, es el caso de la testosterona en los hombres y la combinación de testosterona y estradiol en mujeres que tienen un papel importante en las características físicas de los individuos y su tendencia hacia lo que denominamos «masculino» o «femenino».
Aunque para encuentros casuales podemos ser más permisivos y superficiales, son muchos los factores que llevan a un ser humano a elegir a otro como una pareja estable. En Occidente, y en otras muchas culturas, esta elección de pareja termina en un contrato social, en nuestro caso ligado a la religión: el matrimonio. Es interesante como nuestra sociedad tiende a disolver este tipo de vínculos cada vez más e incluso a hacer que no se lleguen a formar. Es lo que en sociología se conoce como anomia, la disolución de las normas y relaciones sociales y que, según Eva Illouz, puede ser consecuencia de la contaminación de la esfera social por parte del liberalismo económico.
No es difícil percatarse de que hemos abandonado las reglas del cortejo y de la cada vez mayor liquidez de las relaciones sentimentales debido a la libertad de «deselección» de pareja. Sorprendentemente, a partir de estas observaciones y gracias a internet, un grupo de hombres ha llegado a crear una novedosa ideología, la ideología incel (acrónimo de la expresión inglesa involuntarily celibate), que explica por qué individuos de sexo masculino generalmente no muy atractivos o que carecen de otros elementos de los que hemos hablado, no tienen oportunidad de tener encuentros sexuales o pareja estable.
Esta ideología está apoyada en el determinismo biológico y la razón instrumental. Solo los hombres que consiguen tener relaciones sexo-afectivas tienen éxito social y las mujeres se ven rebajadas a un ser con el que reproducirse. Según ellos, su fracaso social se debe a que las mujeres cada vez son más proclives a tener relaciones abiertas y su principal motivación para elegir pareja es el atractivo físico masculino, lo que en estos círculos de internet se materializa en la figura del chad.
Es evidente que esta soledad de la que se quejan no estaba tan extendida en el pasado debido a la casi obligatoriedad del matrimonio. No se les puede negar parte de razón, pero ¿hay grupos de mujeres que se quejan de lo mismo?
Existe el término femcel, es decir, mujeres que también tienen dificultades para encontrar pareja por su aspecto físico. De hecho, el término se inventó en un portal (Proyecto Celibato Involuntario) creado por una mujer canadiense en 1997 que quería compartir experiencias con otros usuarios y que, para su sorpresa, fue la semilla del posterior movimiento masculino que incluso llegó a materializarse como un ataque sangriento en EE.UU. en 2014. Sin embargo, estas no han llegado a tal extremo ni parecen ser tan agresivas.
La tendencia a la baja natalidad en los países occidentales hace que tanto hombres como mujeres no inviertan tiempo en el cuidado parental, por lo que pueden estar más libres para encontrar pareja o tener una relación casual. Es decir, tanto hombres como mujeres pueden tener en un principio los mismos problemas o ventajas según el objetivo al que aspiren.
En mi opinión, creo que estos cambios que se han percibido son inevitables en nuestro contexto y nuestra tendencia a buscar un chivo expiatorio ha desembocado en que estos hombres busquen al gran Otro, como diría S. Zizek, en el sexo opuesto. Aunque los dos grupos achaquen su malestar a la importancia que tiene el atractivo físico a la hora de encontrar pareja, el papel tan destacado que los incels le dan al sexo para establecer jerarquías sociales por encima de otros factores es muy revelador con respecto al filtro por el que pasan la realidad, de nuevo apelando a la razón instrumental y a la biología, y puede ser el motivo por el cual las femcels no han llegado a tal radicalización.
Referencias
Hernández-López, Leonor E, & Cerda-Molina, Ana Lilia. (2012). La selección sexual en los humanos. Salud mental, 35(5), 405-410. Recuperado el 07 de noviembre de 2022.
Illouz, E. (2018). El fin del amor: una sociología de las relaciones negativas. Katz Barpal Editores.
Moreno Azqueta, Carlos. Semióticas de la virginidad masculina. Una introducción al análisis de discurso de la comunidad incel (involuntarily celibate). 2019. IV Congreso Internacional de Jóvenes Investigadorxs con perspectiva de género, Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid. Getafe, Madrid.
Ryan, M.J. (2018). El gusto por la belleza: biología de la atracción. Antonio Bosch.