Las extrañas circunstancias que rodean la muerte de Stéphane Mandelbaum, asesinado en 1986 a la edad de veinticinco años, así como su capacidad de asumir múltiples personalidades, convierten al artista belga en un personaje de novela.
Cual relato, la exposición traza mediante un centenar de dibujos las vidas reales y ficticias de Stéphane Mandelbaum. Mandelbaum, de padre judío y madre armenia, se cuestiona su condición de judío desde sus primeras obras realizadas con diecisiete años: multiplica las figuras de los dignatarios nazis, desvía símbolos y acumula títulos e imprecaciones en un yidish que intenta controlar. Le apasionan las figuras de los magníficos parias, Arthur Rimbaud, con quien se identifica, Pierre Goldman, a quien retrata varias veces y cita incansablemente en sus obras, Pier Paolo Pasolini, cuyo rostro lo fascina hasta el punto de versionearlo en unos veinte dibujos.
Pese a su juventud, Mandelbaum se apropia rápidamente de las referencias culturales de su padre, Arié, que también es artista: le apasiona el cine de Buñuel, Lanzmann o Oshima. Sus intereses son múltiples, estudia de cerca la obra de Bacon y se inspira en Antonello da Messina, Kubin, Pollock, Picasso, Hokusai y Hergé. Enseguida, el joven adulto provocador copia a su manera las fotografías encontradas en las revistas pornográficas, redoblando su carácter transgresor por la aplicación independiente que les otorga. Al multiplicar los retratos de prostitutas cansadas, proxenetas y gánsteres maliciosos, exhibe el mundo subterráneo que le apasiona y que le perderá.
Al igual que su vida, el dibujo de Mandelbaum parece marcado por la urgencia. El estilo clásico de sus grandes retratos está corrompido por los trazos, los escritos y los collages que invaden los márgenes como tantos comentarios astutos. Las hojas de papel 50 x 65 cm cubiertas de figuras y escritos trazados con un bolígrafo en todas las direcciones son tanto dibujos automáticos como composiciones meditadas. En cuanto a sus pequeños bocetos cotidianos, más abstractos y sucintos, forman una especie de diario de a bordo que con flirtea el art brut. El dibujo de Stéphane Mandelbaum, proyección sin filtro de su imaginario, parece hoy que escapa a toda categoría, extrañamente contemporáneo.