La copia del Kitab al-diryaq (Libro de la triaca) conservada en Paris está decorada con numerosas figuras, entre las que se observa un admirable frontispicio, desdoblado en dos miniaturas, cada una de las cuales ocupa una página completa (folios 36v y 37r), que están presentadas una frente a la otra. Cada folio está compuesto por dos cartelas rectangulares, cuyas partes superior e inferior delimitan un cuadrado que contiene una composición iconográfica idéntica.
La caligrafía de las cuatro cartelas menciona el nombre del escriba: ≪El más humilde de los siervos de Dios ‒ !Gloria al Senor! ‒ Muḥammad ibn al-Sa‘īd Abū’l Fatḥ, hijo del imán prometido, Abū’l-Ḥasan, hijo del imán bienhechor≫. Cada miniatura presenta a un personaje central hierático, nimbado y coronado cual un soberano, sentado con las piernas cruzadas, quien sostiene un vasto circulo calado y dorado, cuya parte superior se afina semejando así una medialuna. El personaje central, vestido con una túnica verde en el lado derecho y azulada en el izquierdo, destaca sobre un fondo anaranjado; lo enmarcan dos personajes más pequeños, circunscriptos en un círculo constituido por los cuerpos enfrentados de un dragón doble, y enmarcados a su vez por cuatro criaturas aladas, semejantes a ángeles, situadas en las esquinas.
A primera vista, las dos composiciones parecen idénticas; sin embargo, presentan algunos detalles menores que las distinguen: el color de la vestimenta (de tonos amarillo anaranjado, verde, azul y rosado), los ornamentos, el decorado de las coronas, la posición de los personajes periféricos. Desde los primeros estudios, pertenecientes a Bishr Fares y Guitty Azarpay, se identificó al personaje central con la Luna, sentada como una majestad y rodeada de cortesanos y ángeles. En el arte islámico sobre metales, las diferentes representaciones conocidas de este astro nocturno (por ejemplo, el espejo de 1153 perteneciente a la dinastía de los Artuquidas o el ≪Vaso Vescovali≫ de fines del siglo XII expuesto en el British Museum) también nos lo muestra asociado a su medialuna, forma que se convertirá en la representación canónica de la Luna en Oriente.
Si bien es cierto que, en la redistribución de tareas a los hijos de los planetas – distribución a la cual refiere la astrología helenística – normalmente el poder está asociado con el Sol (Shamash), para ciertas cosmologías – como la de Ikhwān al-Ṣafā’, por ejemplo – es la Luna quien ocupa un lugar de privilegio, y puede considerarse como una suerte de rival del Sol, visir pero al mismo tiempo candidato al trono y contestatario del poder legal. En las descripciones, se la representa acompañada por sus ángeles, llevando una bandera blanca. Por otro lado, en el mundo musulmán, la corona señala el poder temporal de los sultanes y militares recompensados por el califa, atributos que las dinastías de los Seljucidas y de los Gaznavies asocian al honor en su deseo por imitar a la antigua realeza sasánida.
En efecto, si bien el colofón no hace referencia a ningún lugar preciso, la miniatura posee rasgos de este arte particular, común a la Alta Mesopotamia y al Iran septentrional, habitual bajo la dinastía de los Seljucidas de Anatolia e Irán, y estudiado por los historiadores del arte como Souren A. Melikian-Chirvani, Rachel Ward y Oleg Grabar, entre otros. Los personajes llevan vestidos con estampas florales, brazaletes y halos dorados, y sus rostros, similares, redondos y plenos, recuerdan que uno de los cánones de belleza en la época de los Seljucidas primero, y de los mongoles después, era el mahrū o cara de la luna. Esta adoración de la Luna, que además se ve multiplicada en el frontispicio, es comprensible, en un primer momento, debido al lugar donde la miniatura se pintó – probablemente en la Mesopotamia, cuya Luna fue venerada durante siglos bajo el nombre de ≪Sīn≫– y, mas recientemente, por su Promoción al grado de astro tutelar, según las teorías de la geografía astrológica. Efectivamente, según la teoría de las analogías herméticas retomada y desarrollada por los astrólogos Abū Ma‘shar en el siglo IX y al-Bīrūnī en el siglo XI, los astros protegen una de las siete subdivisiones de la tierra, y la marcan con su influencia y sensibilidad.
Autor: Anna Caiozzo
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