La democracia es el difícil arte de representar fidedignamente la voluntad popular. Consiste en procurar –por encima de partidos y nombramientos- cumplir los objetivos que pueden beneficiar al pueblo.
La democracia es el único contexto en el que es posible imaginar el «nuevo comienzo», la nueva era de un mundo en el cual la gobernación sea inspirada por la justicia, la igualdad, la libertad y la solidaridad, en suma, por los «principios democráticos» que tan lúcidamente establece la Constitución de la UNESCO, en lugar de los mercados, del gran dominio militar, energético, financiero y mediático que en estos momentos intenta todavía ejercer, a través de grupos plutocráticos, sus ambiciones hegemónicas, que tantos resultados negativos han conllevado.
La democracia sólo puede existir si los derechos humanos son respetados y protegidos, mientras que los derechos humanos, a su vez, sólo pueden florecer dentro de un régimen democrático.
Democracia ética, social, política, económica, cultural e internacional, tal como figura en el texto borrador de la Declaración de Democracia que se redactó hace unos años con Karel Vasak, Juan Antonio Carrillo Salcedo... y ha sido suscrito, después, entre otras personalidades bien acreditadas, por Mário Soares, Adolfo Pérez Esquivel, Javier Pérez de Cuéllar, Boutros Boutros Ghali,… habiendo incorporado matices y sugerencias de notorios expertos en este tema.
El poder ciudadano –ahora, por fin, gracias a las nuevas tecnologías, capaz de expresarse libremente- debe, en una inflexión histórica de la fuerza a la palabra, sustituir los andamiajes actuales por sólidas estructuras democráticas.
Insisto y subrayo que la solución es la democracia a escala local y mundial: la voz de los pueblos, de todos los pueblos. Con ellos alcanzaríamos la solidaridad intelectual y moral de la humanidad que proclama la Constitución de la UNESCO, uno de los documentos más luminosos del siglo XX, que comienza así:
«Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz».
Construir la paz a través de la educación de todos durante toda la vida. La respuesta es democracia genuina, basada en la convicción de la igual dignidad de todos los seres humanos.
La justicia, con la educación, la ciencia y la sanidad, es pilar fundamental de la democracia genuina y, siendo de carácter supra-partido-político, rechaza de plano cualquier geometría ideológica y nunca puede someterse a los vaivenes de las mayorías parlamentarias ni a los designios del gobierno de turno.
La democracia amenazada
La democracia está en peligro y ya no depende de dictadores para su fracaso. El riesgo está precisamente en que líderes, presidentes o primeros ministros electos «democráticamente» subvierten el proceso mismo que los condujo al poder…
Los peores golpes de Estado son los imperceptibles, los que se identifican difícilmente al principio, no permitiendo la adopción de las medidas adecuadas en el momento oportuno. Los emboscados se disfrazan de tal modo -primas de riesgo, agencias de calificación, inversiones opacas, «agujeros bancarios impunes»...- que es muy difícil reconocerlos hasta que la situación se torna prácticamente irreversible. No sólo debilitan al Estado y promueven desgarros sociales difícilmente restañables, sino que en su osadía llegan, ante la perplejidad e inacción ciudadana, a nombrar Gobiernos sin urnas. Haber centrado el futuro en el mercado, debilitando el Estado-nación y las instituciones multilaterales, es un error con un precio social enorme, que no puede disimularse en los flecos de la macroeconomía…
Los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, autores del libro Cómo mueren las democracias (Editorial Ariel) de la Universidad de Harvard, después de varios años de investigación han llegado a la conclusión de que las democracias actuales ya no terminan con un golpe militar o una revolución, sino que mueren lentamente, casi de forma imperceptible, a través del progresivo debilitamiento de las estructuras esenciales que constituyen los pilares del Estado: el poder ejecutivo, legislativo y judicial o la prensa, y la erosión global de las normas políticas tradicionales. Con gran habilidad, consiguen alcanzar el objetivo de «menos Estado y más mercado». Se desprestigia a los políticos y a los parlamentos. Es alarmante la aparición de distintos ejemplos de populismo en diferentes partes del mundo... clara señal del peligro al que se enfrentan las democracias actuales.
Insisto en que sólo en un contexto genuinamente democrático la justicia social prevalecerá. Y se pondrán plenamente en práctica los derechos humanos.
La voluntad popular como dique de contención
La solución, a escala local y mundial, es perfeccionar la democracia de tal modo que refleje en todo momento la voluntad popular. Hoy es posible, por primera vez en la historia, la participación no presencial gracias a la moderna tecnología de comunicación. Hagamos uso de las nuevas tecnologías para alzar la voz y que seamos miles, millones de voces las que logremos que las democracias formales vayan perdiendo lastre y se fortalezca la democracia genuina, la que tiene en cuenta permanentemente a los ciudadanos que representa.
En los medios de comunicación y, especialmente en las redes sociales, es acuciante alzar la voz porque, por primera vez en la historia, la humanidad hace frente a desafíos globales potencialmente irreversibles que requieren acciones inaplazables. Mañana puede ser tarde.
Ha llegado el momento de la democracia participativa, actuando todos en virtud de las propias reflexiones y nunca más al dictado de nadie. Para que seamos «libres y responsables», según magistral definición de los «educados» que hace la UNESCO.
Ha llegado el momento de la democracia, de Nosotros, los pueblos, como se inicia la Carta de las Naciones Unidas. Son los pueblos los que deben tener en sus manos las riendas de la gobernanza y no los grupos plutocráticos (G7, G8, G20) que han conducido a la deriva conceptual y práctica que actualmente sufre la humanidad.
Como científico, sé que el futuro es lo único que importa y no puede diseñarse desde la bruma, la ambigüedad, la mentira, la simulación... Sólo habrá democracia genuina -sépanlo bien quienes acusan a los que piden memoria y justicia de ponerla en riesgo- cuando todos podamos mirar hacia atrás y hacia adelante libremente, conjuntamente.
«El mundo se divide», en palabras de Eduardo Galeano, sobre todo, «entre indignos e indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere estar». Indignémonos y alcemos la voz para alcanzar ese otro mundo posible que todos anhelamos y merecemos. Es tiempo de acción, de unirnos, de levantar la voz...
La mayor celebración –seguramente la única efectiva- de los 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sería preparar la redacción final de la Declaración de la Democracia que sería adoptada a continuación por la Asamblea General de las Naciones Unidas, adhiriéndonos todos a esta iniciativa. Que sean millones los ciudadanos del mundo que, conscientes de la deriva actual, deseen ingresar en la nueva era con horizontes más esclarecidos.
En 2001 escribí, y lo repito hoy:
«…sobraron
los de la extrema cautela
por los caminos del mundo
cuando hacía falta espuela».
Seamos esa espuela.
Mañana puede ser demasiado tarde.