Rodin era un creador sin parangón, un trabajador acérrimo.
Tras sus inicios en la "Pequeña Escuela", trabaja en el taller del ornamentista Albert-Ernest Carrier-Belleuse, en París y posteriormente en Bruselas, donde demuestra una gran habilidad para los temas decorativos, de espíritu dieciochesco.
El descubrimiento de Miguel Ángel, durante un viaje a Italia en 1875-1876, fue determinante para su trabajo posterior. A su vez, Rodin opera una ruptura en la historia de la escultura, abriendo paso al arte del siglo XX, mediante la introducción en su obra de procesos técnicos y opciones plásticas que se encuentran en el centro de su estética.