El otro día me contaba una amiga francesa casada con un español que estaba embarazada. Al escuchar la buena nueva, no podía sino sentir envidia. No por el estado de buena esperanza, sino porque ese futuro bebé vendrá al mundo con una chapata y una baguette debajo del brazo. Vamos, que será bilingüe castellano-francés. Habida cuenta de la importancia del inglés en el sistema educativo, si el niño sale un poco espabilado, antes de cumplir los 18 contará con un currículum bastante más interesante que el de muchos españolitos medios.
Las bondades del bilingüismo no se reducen a las ventajas puramente curriculares. Parece ser que los niños bilingües son más creativos y plantean y resuelven mejor problemas complejos. El constante cambio de una lengua a otra genera mayor actividad cognitiva y mayores recursos neurofuncionales, lo que redunda en una mejora de las funciones cognitivas básicas como la atención y la memoria de trabajo.
Todo esto se lleva a efecto, claro está, si se potencia ese bilingüismo y si se hace en el momento adecuado. Si la madre francesa del futuro neonato mencionado ofrece como único input a su hijo la pronunciación a la francesa de galicismos ya adaptados como cruasán, “curasán” para algunos panaderos y abuelas de la España profunda, poco vamos a conseguir.
Frente a esta evidencia, del común conocida por su sentido, hay otra no tan conocida. Tal y como señala Rodríguez-Fornells, a partir de un estudio realizado en la Universidad de Cognición y Plasticidad Cerebral de Barcelona, asociada a la Universitat de Barcelona y a Ibidell, “antes de los siete años, el cerebro está en una etapa especialmente sensible de desarrollo en la que se están formando ciertas áreas, como el cuerpo calloso que conecta ambos hemisferios. En esa fase tiene una mayor capacidad para refinar sus circuitos, y algunas estructuras cerebrales se especializan en aprender a aprender mejor”.
Se trata de un periodo sensible o crítico relevante para el aprendizaje de más de una lengua gracias a esa especial plasticidad cerebral.
La mielinización tiene mucho que decir en esta etapa comprendida entre los 3 y los 6 o 7 años de edad. Se trata de un proceso por el cual las fibras nerviosas se recubren de una sustancia, la mielina, que permite que la transmisión de información entre neuronas sea muy eficiente. Digamos que aquellos circuitos adecuados al ambiente en el que uno se desarrolla, véase en nuestro ejemplo el castellano o el francés, se refuerzan, mientras que sucede lo contrario con aquellos circuitos no relevantes, como puede suceder con las estructuras fonéticas del urdu.
Bien puede ocurrir que las flechas de cupido se hayan erigido como astas de banderas internacionales, pero también puede darse el caso de que uno tenga la suerte de nacer en un lugar donde haya más de una lengua cooficial.
Si su sistema educativo potencia durante este periodo de infancia temprana el aprendizaje de las lenguas consideradas cooficiales, los pequeños retoños no solo dominarán con mayor facilidad más de una lengua, si no que gozarán de las ventajas cognitivas añadidas del bilingüismo. Imagínense las bondades de promover el bilingüismo a lo largo de toda la educación.
En teoría, esta situación cognitivamente ventajosa la tenemos bastante cerca. Véase Cataluña, por citar una de las comunidad con dos lenguas cooficiales en España. Sabiendo, como sabemos, y como saben en la citada Universidad de Cataluña, las bondades procedentes del bilingüismo, no puede dejar de sorprender que en esta comunidad tan solo existan 2 horas de castellano impartidas en primaria (a partir de los 8 años).
A pesar de que el derecho y el deber de estudiar en castellano está recogido por la Carta Magna, y de que Rajoy se comprometió a garantizar por ley la enseñanza en castellano en toda España, y de que la Lomce, aprobada en 2013 fijó en un 25% el mínimo de horas lectivas en español, la Generalitat decidió declararse insumisa ante la misma.
Volviendo a mi amiga francesa, para que su retoño pueda disfrutar al máximo de la posibilidades del bilingüismo, lo llevará a un Lycée Français. Ya en infantil estudian castellano, y en primaria se imparten 4 horas lectivas en dicha lengua. Hasta aquí todo normal. Lo inaudito llega con casos como el de otra amiga residente en Barcelona que debe llevar a su hijo a un colegio privado si quiere que estudie castellano más de dos horas, con el consiguiente desembolso económico y el supuesto amparo de una ley tan respetada como el urdu relevante en España.
Uno se pregunta cómo es que en un lugar donde los gobernantes llaman a la ciudadanía a las urnas al margen de la ley para decidir su independencia, no llaman a esa misma ciudadanía a votar qué tipo de escuela quiere, teniendo en cuenta los esfuerzos realizados para arrinconar el castellano. Quizá el hecho de que el CIS ya preguntó en su estudio 2.298 a los ciudadanos de Cataluña exactamente “¿cómo cree Ud. que debería ser la enseñanza básica en Cataluña?” tenga algo que ver. Los resultados fueron los siguientes: un 88% prefería una enseñanza bilingüe y tan solo un 9,3% defendía la inmersión monolingüe con el catalán como lengua vehicular.
Como diría mi amiga francesa, señores políticos, Arrêtez de faire l’andouille!, cuya traducción literal sería “dejen de hacer la salchicha”, y la figurada, “dejen de hacer el tonto”. Y dada la absurdez de la situación, no resulta tan bizarra la primera traducción.