Los maravillosos cuentos para niños, con el transcurso de los años, han sufrido cambios considerables. El gran formato, la pasta rígida, las páginas brillantes, las ilustraciones multicolores en tercera dimensión, el sonido y de más son elementos que las publicaciones infantiles de hace más de cien años desconocían. En el siglo XIX los cuentos mexicanos eran objetos efímeros, frágiles y de bajo costo, pero incluían el atractivo de ser ilustrados por los notables grabadores Manuel Manilla y José Guadalupe Posada. A pesar de que en su mayoría nunca fueron considerados para guardarse o revenderse, muchos de ellos se salvaron de ser destruidos y caer en el olvido. Hoy podemos reconstruir su historia gracias a un número significativo de ejemplares que ha sobrevivido.

Durante el siglo XVIII, al mismo tiempo que se desarrollaban nuevas teorías educativas, que ya no consideraban a los niños como adultos en miniatura, se empezaban a difundir los libros ilustrados. Entre 1812 y 1813 los hermanos Jacob Ludwig y Wilhelm Karl Grimm, editaron en tres volúmenes la colección de cuentos populares más famosa de todos los tiempos. Desde entonces, investigadores de distintas latitudes se dedicaron a recopilar las grandes historias que la gente sabia transmitía de manera oral. Los niños fueron los receptores de esos relatos que se concretaron en impresos.

La segunda mitad del siglo XIX es considerada la época dorada de la literatura infantil. En muchas capitales del mundo floreció el oficio de imprimir libros ilustrados, creados ex profeso para el entretenimiento de los pequeños. Pronto los editores se percataron del gran potencial de lectores en el idioma español. La librería de Hachette en París y la de Daniel Appleton en Nueva York, así como el editor Saturnino Calleja en Madrid, entre otros, cubrieron la necesidad de cuentos para los niños de Hispanoamérica. En México, siguiendo el ejemplo de sus colegas extranjeros, Antonio Vanegas Arroyo decidió hacer su aportación.

Originario de Puebla, Vanegas Arroyo (1852-1917) llegó a la Ciudad de México cuando tenía siete años. Inició vida laboral al lado de su padre, que era encuadernador. En 1880 trabajó por cuenta propia en la edición de pequeños folletos de corte religioso, al poco tiempo amplió el catálogo con cientos de hojas volantes que contenían noticias sensacionalistas y cuadernos que abordaban temas variados. Entre los cuadernillos se incluían las series para niños Galería del teatro infantil, El placer de la niñez, El pequeño adivinadorcito y cuatro colecciones de cuentos ilustradas con grabados.

En total Vanegas Arroyo editó setenta cuentos, la mayoría los realizó en el siglo XIX y sólo trece corresponden al XX. Los imprimió en tres tamaños diferentes, contenían ocho páginas y costaban dos, tres y seis centavos. Las cubiertas y las ilustraciones fueron creadas en grabado por Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, dos artistas cuyo singular estilo dotó de gran personalidad a las publicaciones. Tanto en los protagonistas como en su entorno se aprecia una caracterización excepcional con referencias constantes a la cultura mexicana. Las cubiertas fueron diseñadas para ser impresas con tinta roja y negra, en tanto la cantidad de ilustraciones variaba desde una hasta ocho y eran coloreadas manualmente, usando un esténcil impreso recortado del mismo grabado. Puesto el molde se aplicaba con una brochita la tinta, con base en anilina disuelta en agua engomada; cada color requería su propio esténcil. El carácter individual de la entintada a mano daba un aire de encanto y candidez a las ilustraciones. Con el paso de los años y las reediciones múltiples, algunas cubiertas perdieron la tinta roja y las páginas interiores todo el color. Excepto la Colección de cuentecitos, que se diseñó para ser impresa con tinta negra y sin ilustraciones coloreadas.

En la mayoría de los cuentos se omitió el nombre del autor, pero ahora se sabe que eran historias retomadas de cuentos clásicos europeos. No obstante, los relatos más originales llevan la firma del escritor oaxaqueño Constancio S. Suárez, quien se encargó de recrear y adaptar alrededor de veinte cuentos de hadas, históricos y morales.