A principios del siglo XX aires de renovación recorrían Europa. El panorama cultural e intelectual se encontraba muy vivo: el cine, la fotografía, la música, la literatura, la pintura o la psicología –con el psicoanálisis– exploraban nuevos terrenos. Los artistas se lanzaron a la búsqueda de nuevas expresiones artísticas y, así, se presenció el nacimiento y desarrollo de múltiples vanguardias: el expresionismo heredado del siglo pasado, la filosofía dadaísta, el breve movimiento fovista, el surrealismo, el futurismo italiano y, por supuesto, el cubismo. Todas estas corrientes rompían con los cánones estéticos, ya fuera alterando las figuras, convirtiendo los cuadros en escenas oníricas o proporcionando múltiples perspectivas a una misma cosa.
Dentro de esta riqueza artística y cultural el cubismo adquirió un rol muy importante por ser la primera vanguardia: Las señoritas de Aviñón de Picasso, datado de 1907, es considerada la primera obra cubista. Los ángulos y formas geométricas que dominan estos cuadros, los colores apagados y la desaparición de la perspectiva tradicional son algunos elementos que caracterizan el cubismo de principios de siglo.
La Primera Guerra Mundial y la muerte del Cubismo
El 28 de junio de 1914 estalló la Gran Guerra, una de las más crueles que se han conocido. Toda la riqueza cultural que había surgido y que se estaba desarrollando estaba destinada a desaparecer: muchos artistas, como cualquier ciudadano de a pie, fueron llamados al campo de batalla. Si bien algunos escritores, pintores o músicos estaban decididos a tomar las armas, muchos fueron reclutados de manera forzosa. Algunos de los artistas que marcharon al frente fueron el poeta Guillaume Apollinaire, J. R. R. Tolkien, C. S. Lewis, Ernst Ludwig Kirchner, Franz Marc, Max Beckmann o August Macke. Muchos de ellos, como Franz Marc o August Macke, murieron en el frente [1].
En el caso de los pintores cubistas no fue diferente; por ello, sorprende que la producción de los cubistas continuara. Muchos de estos artistas fueron llamados a la guerra, como Georges Braque, considerado junto con Picasso el fundador de esta corriente. Sin embargo, otros artistas cubistas que se encontraban en París no eran franceses, por lo que estuvieron exentos de luchar y continuaron pintando. En ese momento, París era el centro del cubismo y el frente de batalla se encontraba a unos 100 kilómetros de la ciudad: la guerra era una realidad. Aun así, continuaron pintando aunque “rechazaron el conflicto bélico como tema, dejaron a la fotografía que se encargara de ello” [2]. Así, se encuentran lienzos muy vivos que contrastan con la oscuridad de la guerra. Sin embargo, con el fin de la Primera Guerra Mundial también se acercó el fin del cubismo. Si bien se pueden encontrar obras cubistas en las décadas posteriores, durante la posguerra muchos de estos artistas abandonarían este estilo y se acercarían a otros.
La producción cubista contrasta asimismo con el panorama artístico de la posguerra. Una vez finalizada la guerra, en Europa se podían percibir los horrores cometidos y las consecuencias del brutal conflicto. Una gran cantidad de artistas que lucharon en el campo de batalla se desencantaron y muchos acabaron traumatizados. Esta experiencia sería un tema recurrente para muchos de estos artistas, como el caso de Otto Dix –combatiente voluntario–, quien decidió plasmar el horror de la guerra en una serie de 50 grabados titulada Der Krieg (La Guerra) (1924) [3], un gráfico testimonio de lo que la guerra hace al ser humano.
El Cubismo "Realista"
Si bien queda patente en la historia del arte que el cubismo fue un movimiento ajeno a la guerra, que sobrevivió durante esta y omitió los temas bélicos en sus obras, si se encuentra una estrecha relación entre la guerra y el cubismo.
Picasso, que se había convertido de alguna manera en el portavoz del cubismo desde sus inicios en 1907, produjo algunos de los cuadros más icónicos y representativos de la crueldad de la guerra. Tres casos paradigmáticos son los de Guernica (1937), Osario (1944-45) y Masacre en Corea (1951), pertenecientes a tres conflictos diferentes. En Osario, Picasso muestra los horrores de los campos de concentración mostrando una gran cantidad de cadáveres tras una ejecución; Guernica (arriba) ilustra la destrucción y el dolor del pueblo de Guernica tras ser bombardeado por la Legión Cóndor nazi durante la Guerra Civil Española; y Masacre en Corea, cuadro inspirado en Los fusilamientos del tres de mayo de Goya, muestra soldados estadounidenses masacrando civiles.
Estos cuadros estremecedores están en el imaginario colectivo como símbolos de la barbarie del siglo pasado o, más bien, de sus consecuencias. Es muy difícil desligar el arte cubista de la guerra: Guernica, el cuadro que sintetiza los horrores de la guerra, es cubista y es considerado uno de los cuadros más importantes del siglo XX. Sin dejar de utilizar una técnica y perspectiva cubista, estos cuadros consiguen mostrar al espectador una realidad desgarradora y dolorosa:
“Ponerse delante de él [el Guernica], de su inmenso y terrible mensaje, era exponerse en cuerpo y alma ante la verdad del mundo […] Estar frente al caballo herido, a la madre con su bebe muerto, al guerrero caído con su flor y su espada partida, eriza la piel y la memoria, es asomarse a ese acantilado vertiginoso contra el que rompen las olas del horror y la verdad”. [4]
Referencias:
[1] Pablo G. Bejerano. 1914: cuando la cultura tomó las armas. El Diario. Disponible en: www.eldiario.es
[2] Agencia EFE. El rechazo de los cubistas del París de 1914 a pintar la Gran Guerra. Disponible en: www.efe.com
[3] Avelina Lésper. Der Krieg, La Guyerra, Otto Dix. Disponible en: www.avelinalesper.com
[4] Olvido Rus. Picasso (V): ‘Guernica’, la máxima expresión artística de nuestro tiempo. Drugstore Magazine. Disponible en: www.drugstoremag.es