I

En Haití, de alguna manera, todo para lo que se había preparado y que parecía no tener correlación se sincronizó: fue misionera, enfermera y ejerció la pedagogía, las tres carreras que había estudiado y que hasta entonces había practicado aisladamente.

Durante los primeros días Tita no habló con casi nadie, aunque se hacía entender entre señas y retazos de varias lenguas, porque no sabía créole, el idioma que se habla en Haití, una síntesis de francés con diferentes dialectos africanos que surgió cuando los esclavistas mezclaban individuos de diferentes tribus para que no se pudieran comunicar y así evitar actos de resistencia, pues se hacían cada vez más comunes las insurrecciones, huidas y hasta los suicidios: muchos preferían lanzarse al mar y morir a tener que llevar una vida de sumisión lejos de su continente o a soportar el hedor del hacinamiento en los barcos .

A medida que aprendía créole y que dictaba sus clases notó que muchos haitianos estaban interesados en hablar otras lenguas. De hecho una de las cosas que más la sorprendió fue que “un haitiano promedio hablaba cuatro o cinco idiomas”, para comunicarse mejor con los turistas y encontrar, de ese modo, ganancias adicionales, pero, sobre todo, para poder irse, algún día.

II

En una canoa, que atravesó el río Atrato y el río Quito, fue que Tita regresó a Puerto Salazar (Chigorodó), su pueblo natal y en el que vivía –regada– toda su familia. “Fue un viaje largo, de más de ocho días”. Arrimaban a los pueblos que bordean el río para dormir allí, cuando ya era de noche. Los habitantes los recibían y aprovechaban para hacerle varios encargos a su tío Francisco, que comercializaba todo tipo de productos en las poblaciones cercanas al afluente. “Vendía machetes, hachas, telas, oro… Llevaba desde una aguja hasta una estera. Y cuando bajaba traía plátano y arroz, porque la canoa era grande”.

Tita se había ido a escondidas. “Hasta luego, papá”, se despidió, pretendiendo que se iba a dormir, pero en vez de eso se escapó y se encontró con su tío, tal como habían acordado.

De paso por Quibdó, él se había enterado de que su sobrina estaba acompañando a los madereros y le reclamó a su hermano diciéndole que la niña corría peligro, que debía estar en la escuela.

-“Mija, ¿usted se quiere ir para Puerto Salazar?”, le preguntó su tío.
-“Sí”, recuerda ella que le dijo.
-“Bueno, empaque lo que tenga y nos vamos en la madrugada”.

Fue entonces cuando idearon la fuga.

El trayecto fue tranquilo. Tita, al igual que cuando su papá la había ido a recoger a San Pablo, empezó a hacerse ideas sobre el colegio y la nueva vida que le esperaba. En aquella ocasión la felicidad le había durado poco, porque luego de que su padre la buscó en casa de doña Delfina no regresaron a Puerto Salazar, como ella suponía, sino que siguieron hasta Quibdó y se adentraron en el monte, donde los aguardaba un grupo de hombres con quienes Saulo iba a extraer madera. Ella era la encargada de tenerles lista la comida para cuando regresaran, agotados, de sus jornadas en la selva.

En su tiempo libre se la pasaba rezando, porque quería ser buena. Una “amiguita” le había dicho que la muerte les llegaba a los que se portaban bien. Por eso Tita, que se “sabía todas las oraciones”, las recitaba día y noche, porque “pensaba que la muerte les llegaba a los buenos y que los buenos se iban para el cielo”, y como en el cielo estaba su mamá, ella rezaba para morirse rápido.

III

Dicen que entre los vivos también hay muertos. Seres que son solo cuerpos. Cuerpos que son materia que sigue órdenes. Dicen que lo único que los diferencia es que no pueden mirar fijamente a los ojos y que tampoco comen. En Haití dicen muchas cosas. Cuentan que es posible, mediante el vudú, convertir a alguien en zombi y hacer que haga trabajos de todo tipo, de forma inconsciente, en una especie de trance. “Nada es imposible en el mundo de la magia: (…) Después de que la víctima, por medio de una droga haya ‘muerto’ y sido enterrada, su enemigo se presenta delante de la tumba y lo llama. Entonces, según una versión, sale el alma del muerto que es encerrada en una botella; según otra opinión, el cadáver mismo resucita y sigue a su dueño” . Por eso dicen que esas personas, si uno las saluda, responden, pero en realidad no saben lo que están diciendo.

Dicen también que para conseguir la independencia Haití se consagró al vudú, y que a eso se deben las tragedias del país, pues por su fuerza e insistencia muchos consideran que estas solo pueden obedecer a una causa sobrenatural. Y es que Haití ha sufrido todos los males imaginables para una nación: explotación, esclavitud, derrocamientos, éxodos, dictaduras, expropiación, pestes, pobreza, ocupación de potencias extranjeras, fraudes, desigualdad, traiciones, masacres, cólera, corrupción, tiranía y desastres naturales.

Sobre todo, y por todo lo anterior, Haití ha sufrido de hambre. Más allá de ser testigo de la escasez de tierras cultivables y del esfuerzo con que el orfanato conseguía cada alimento, Tita fue plenamente consciente de este hecho cuando fue a visitar a unos conocidos y vio que vendían unas galletas, que “parecían como de avena”. A pesar de sus evasivas, ella insistió en que quería probarlas, pero no logró convencerlos. Luego, con esa curiosidad que siembra el silencio, le preguntó sobre ellas a otro amigo haitiano.

-“Tita, es que nos avergüenza. Es que son galletas de barro”.

Según le explicaron, “como no hay qué preparar para los niños, hay unas señoras que cogen barro, lo meten en una olla y lo cocinan. Le echan algo de dulce, unas esencias, unas hierbas para que le den algo de sabor y luego se las comen”.

Pero Tita no las pudo probar. Tampoco vio un zombi, aunque sí vio “gente que tenía el rostro como bloqueado de tanta miseria”. Lo notó a su regreso a Puerto Príncipe, cuando unos amigos la llevaron para que conociera la zona turística. En el recorrido volvió a ver gente caminando sin rumbo, ausente, mientras le iban mostrando algunas cosas, como aquel armazón en el suelo, que antes del terremoto fue el techo de una casa. A medida que avanzaban también vio “carros lujosos y casas grandes, mansiones, sobre unas montañitas bonitas”, donde hacía algo de frío y donde todo era muy agradable.

-“Perdón, ¿ya salimos de Haití?”.
-“No”.

IV

Finalmente llegaron a Puerto Salazar, donde Tita se reencontró con sus hermanas. Ella ya tenía como unos diez años y "estaba muy feliz". La inscribieron en el colegio y entró a Primero A. Su infancia empezó a transcurrir serena y alegre. “Fue una época muy bonita”. Consiguió amigos y como allá pasa el río Chigorodó (porque ‘do’ en lengua indígena significa río), iba con ellos a bañarse cada vez que podía, a recolectar frutas y a lanzarse de las peñas; competían para ver cuál era capaz de tocar el fondo y sacar una piedra.

Como a los dos años su papá regresó al pueblo. Llegó con una esposa y le propuso a Tita que se fuera a vivir con ellos, así que ella se fue para allá. Por fortuna Etelvina, su madrastra, “era muy buena”. Era como su cómplice. No dejaba que se la llevaran para el monte, ni para sembrar ni para nada.

-“Ella no es para esos trabajos pesados. No, ella no es para eso. La vamos a educar y la vamos a sacar adelante”, alegaba.

Aunque sí le enseñó a lavar la ropa, a tener la casa limpia y a no salar la comida que preparaba, pues, como ella decía, no se sabía en qué situación la iba a poner la vida, le insistía en que tenía que ser una niña educada y “bien hablada”, y la regañaba cuando -a semejanza de la forma de expresarse de los oriundos de la región- se tragaba una consonante o una vocal.

A lo largo de la Primaria, Tita siempre se destacó por sus buenas calificaciones. Nunca dejó de estudiar. Cuando ya iba más adelantada decidió irse a Istmina, donde estaban unos primos. Entonces las amiguitas que tenía sacaron oro por ella, para que no se fuera a ir sin nada, y Tita aprovechó que había unas personas que partían con su mismo rumbo, porque en esa época “uno se iba caminando”.

En Istmina, al tiempo que estudiaba, trabajaba cuidando niños, pues “ya estaba más mayorcita”. Luego fue a parar a Medellín. Llegó de madrugada y quedó “sorprendida al ver todo iluminado”, porque en su pueblo, encallado en las montañas, todavía no había energía eléctrica. Como muchas jovencitas, que iban transmitiendo su experiencia unas a otras, terminó trabajando en una casa de familia.

A través de una carta, su hermana Rosa –que llevaba el nombre de su madre- se enteró de lo que estaba haciendo y le respondió que nunca había visto a una persona “que sacara una licenciatura en casas de familia”. Dicha frase se clavó en su conciencia, como el eco de la voz de Etelvina.

V

En Haití también hay ríos. Y montañas, como lo indica el nombre original de la isla: ‘Ayiti’, que significa “país alto” o “tierra montañosa o de altiplano”. Así llamaban a su territorio los arawak, sus pobladores originales, que desaparecieron tras la conquista. Siglos después, tras una lucha de trece años con todos los reveses, giros y tintes propios de una saga de caballería, un ejército popular de exesclavos negros habría de derrotar a las tropas de Napoleón Bonaparte y nombraría a la primera república independiente de Latinoamérica como Haití, para recuperar su pasado indígena.

Pero sí, en Haití sí hay ríos. El problema es que “todos los fluidos van a parar a los ríos” porque, al menos en Gressier, no hay alcantarillado. “Allá todo funciona por letrinas. Simplemente se hace un hueco muy profundo en la tierra y la gente va allí a hacer sus necesidades. Por las mañanas cortan unas ramas y las colocan dentro del lugar y “a medida que uno va depositando, tapa con hojitas”, recuerda Tita, que tuvo que adaptarse al olor “espantoso” y a las moscas que se cuelan.

Una tarde, cuando llevaba unos diez días de estar trabajando como enfermera, notó que la clínica entera se paralizaba. La gente se asomaba, iba de un lado para el otro, murmuraba...

-“¿Qué pasa? ¿Por qué todo el mundo corre?”, le preguntó a una doctora.
-“Es que están atendiendo a una recién nacida que fue rescatada de una letrina”.
-“¿¡Qué!?”…

Le explicaron que “la mamá tuvo a la niña en una letrina comunitaria; se fue y la dejó”. Sin percatarse de su existencia, la persona que entró después defecó allí y puso hojas para que pudiera entrar alguien más, que, a su vez, defecó y puso hojas para que pudiera entrar alguien más, y lo mismo el siguiente, así como el que entró luego. Hasta que, pasados varios días, una mujer “escuchó como un llanto y notó que algo se movía”. Se armó de valor, separó la hierba y vio a un ser humano, con el cordón umbilical aún colgando.

Corrió y llamó a una amiga, para que la ayudara, y entre las dos sacaron a la bebé, la limpiaron y la llevaron a la clínica aquella tarde.

A los días de estar hospitalizada, cuando la conmoción había menguado, Tita se acercó y preguntó si la podía alzar. La tomó entre sus brazos y sintió su fiebre, pues tenía todas las infecciones imaginables tras haber aspirado heces durante cuatro días, con sus noches. La recostó contra ella y empezó a darle gracias a Dios porque la había mantenido viva, porque “humanamente nadie sobrevive” en esas condiciones. Fue por eso que sus dos madres adoptivas le pusieron un nombre en créole que al traducirlo al español significa “Jesús estuvo allí”. Y la pequeña ‘Jesús estuvo allí’, en su regazo, gemía y lloriqueaba, mientras Tita se descomponía al ver sus brazos repletos de pequeñas mordeduras de rata.

VI

En sus largas caminatas entre San Pablo e Istmina nunca le salió un zorro ni una serpiente. Cuando tenía que viajar a Bogotá, pero no tenía dónde quedarse y una mujer llamó a la iglesia ofreciendo su casa porque así se lo había revelado un sueño. Cuando a raíz de eso Tita pudo viajar a la capital, donde le hablaron de una escuela de misiones. Cuando años después la enviaron a Ecuador y al pasar la frontera descubrió que el puente internacional era exactamente igual al que había soñado años atrás. Cuando en ese viaje la iban a atracar pero resultó que el jefe de la pandilla era el mejor amigo de infancia de uno de sus compañeros. Cuando su hoja de vida terminó en las manos indicadas y le dijeron que no existía la posibilidad de ir a Senegal pero sí la de ir a Haití. Cuando los trámites de su visa, en Panamá, tardaron dos días y no un mes, como era usual, y gracias a eso pudo viajar antes. Cuando, ya estando allá, la mordió un perro y se habían acabado las vacunas contra la rabia, pero justamente ese pertenecía a la pequeña minoría que no padecía la enfermedad. O cuando se perdió y estuvo frente a un templo vudú pero no lo vio, Tita está segura de que Jesús también estuvo allí.

VII

Los días transcurren más lento que cuando estuvo en la isla. Esos dos meses se le pasaron volando. En cambio, primero en Cúcuta y luego en Bogotá, corren más despacio. En cambio, ahora en Cúcuta, corren más despacio. Avanzan mientras trabaja para recoger los recursos necesarios para poder regresar, esta vez por más tiempo, quizá por dos años o un poco más.

Y le preguntan: ¿para qué volver a un país donde no se ven casi árboles y hay letrinas por baños y pobreza en lugar de esplendor? Pero es que allá, además de ver todo lo que vio, también conoció “gente con alegría de vivir”.

Su corazón sigue latiendo por África, por Haití, sin importar el paso de los años. Después de partir, recibió una carta de la casa de misiones en la que le dicen que la esperan, que su lugar está intacto, que aún la recuerdan.

Sí hay razones para volver, para ver cómo sigue Deschinash y qué ha pasado con Cristóbal, o para saber si ‘Jesús estuvo allí’ sigue viva. Volver, así sea solo para decirles: “Yo también fui niña de orfanato y mírenme, estoy aquí”.