¿Alguna vez has estado en el depósito de algún museo? Te sorprenderías de lo que podrías encontrar. Yo buscaba material que sirviera de base para elaborar un cuento infantil. Y encontré mucho más que eso. Me introdujo en una aventura, cuyo producto es hasta el momento 42 cuentos inéditos y uno publicado.
Ocho años después… 18 de diciembre de 2013 se lanzó esa publicación: mi libro Aia Paec y los Hombres Pallar. Fue una emotiva presentación en la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima (Perú). De lujo, de tapa dura, papel fino… tal como se merecía el tema.
El libro, donde comparto mi versión sobre el origen de los hombres pallar y los pallares pintados, está pensado para ser contado a través de sus bellas ilustraciones, basadas en objetos y lugares ancestrales que aún existen. Así nació. Lo creé en el año 2005 y lo mejoré a lo largo de varios años de investigación usando fuentes escritas, visitando museos y sitios arqueológicos; a su vez, interiorizando las miradas de arqueólogos, historiadores, antropólogos, educadores, cuentacuenteros, agricultores y especialistas de diversas áreas que aportaban a mi cuento.
También me alimenté de sensaciones, como el delicioso aroma de la lúcuma y chirimoya, la algodonada textura del pacay y los deliciosos y nutritivos pallares que cultivaban los Moche para su alimentación, los cuales fueron plasmados en bellas piezas de arcilla elaboradas por los antiguos peruanos, a las que llamamos huacos. Y es que la tierra de los Moche, cultura prehispánica que se desarrolló en la costa norte del Perú entre los años 100 d. C. y 800 d. C., es el escenario donde se desenvuelve mi cuento, que llevará de la mano al espectador a través de un viaje mágico para encontrarse con su patrimonio ancestral, al que conocerá y querrá amarlo y cuidarlo, para preservar su legado.
Pero, ¿qué pasó en esos ocho años? ¿Cómo es que una contadora financiera pasa de ser una contadora de cuentas a convertirse en una contadora de cuentos?
Mis amigos los arqueólogos me habían sugerido que visite el Museo Larco, Lima (Perú), que alberga más de 40.000 piezas arqueológicas, mayormente de la cultura Moche. El Larco es el único museo del Perú que tiene toda su colección digitalizada y que, además de brindar la foto del objeto mostrando sus cuatro costados, ofrece información adicional sobre cada pieza.
Accedí al depósito del Museo Larco, y ahí, al fondo, en la parte superior de los anaqueles, me miraban unos exquisitos huacos con unas formas que parecían pallares, aunque con cara de hombres. Seguidamente pude observar que también existían otros huacos de color lacre y amarillo cremoso con figuras de hombres con cuerpos del pallar, y de pallares pintados.
Recordaba los huacos-retrato de la cultura Moche que nos enseñaron en el colegio, pero estos huacos excedían los límites de lo que llamamos retrato. ¿Quién podría tener una cara o cuerpo de pallar para que se le retrate de esta forma? ¡Vaya imaginación de los artistas Moche!
Me permitieron tomar las fotos que quisiera de esos extraños huacos. Subí a mi auto y “volé” hacia la tienda fotográfica para revelar las fotos. Claro, en el año 2005 yo aún no tenía una cámara fotográfica digital y las fotos todavía se revelaban en las tiendas fotográficas. Felizmente había servicio rápido de “revelado en una hora”, y tuve que esperar ese tiempo hasta contemplar cada una.
En las tumbas Moche se han encontrado infinidad de huacos muy finos. Más allá de la valoración de las técnicas artísticas, miles de ideas cruzaban mi mente mientras esperaba. ¿Por qué y para qué se habían elaborado esos huacos? ¿Sería para ofrecer a sus dioses? ¿Cuál sería el mensaje que ellos quisieron plasmar en los huacos? Y esos pallares con manchas y puntos, ¿serían para la adivinación?
Cuando por fin pasó la hora y tuve las fotos en mis manos, las miraba y las remiraba. ¡No podía creer lo que veían mis ojos!
Llegué a casa y busqué los cuentos del antropólogo alemán Jürgen Golte: Las Aventuras del dios Quismique y su ayudante Murrup y La rebelión contra el Dios Sol, de la serie Los Dioses de Sipán. En esos cuentos, Golte usa la iconografía Moche como base para crear sus historias. Miré página por página pero no pude encontrar los dibujos de estos huacos que había visto en el museo. Sin embargo, en una de las páginas encontré unos pallares pintados. Ingresé al catálogo online del Museo Larco y coloqué en búsqueda la palabra “pallar”.
Ubiqué y contemplé los huacos a los que les había tomado las fotos. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando veo que aparecen muchos más huacos de los que yo había fotografiado! Allí había mensajeros con picos de ave y alas llevando unas bolsas (¿qué contendrían esas bolsas?; y ¿por qué los mensajeros tenían alas? ¿Sería porque iban corriendo tan rápido que parecía que volaban como aves?). Al leer un poco más sobre estas bolsas descubro lo que se menciona en la página web “En las escenas de carreras, las bolsas con pallares son llevadas por los corredores en sus manos”. ¡No me imagino a los Moche usando esas bolsas para carreras de postas! Más bien me hacían recordar a los mensajeros incaicos que corrían llevando mensajes: los chasquis.
Y entonces, me pregunté ¿para qué y para quién los mensajeros llevarían pallares en esas bolsas? ¿Tal vez las llevaban a los sacerdotes para que estos, a su vez, las lleven a sus dioses?
Continué mirando los huacos. Encontré un zorro de cola bicolor y un venado de cola blanca cuyos cuerpos tenían forma de pallares. Es decir, los huacos no solo mostraban a hombres con forma de pallar: también mostraban animales con estas formas. ¡Y no solo eso! En un huaco estaba la escena de animales humanizados. La página web indicaba que se trataba de escenas de desciframiento de pallares. En ella aparecía el “personaje antropomorfo (Aia Paec) con colmillos de felino”. Entonces, ¿esos animales humanizados estaban comunicándose con su dios a través de los pallares? Al agrandar la imagen en la web pude observar que se repetían los pallares mostrando puntos y manchas. ¿Sería como un oráculo?
La aventura apenas empezaba. Sin embargo, las imágenes ya bailaban por mi mente. El próximo paso sería leer más libros, hablar con arqueólogos y, por supuesto, viajar a la costa norte del Perú, donde, al pie de un gran cerro, vivieron los Moche.