El Quijote, siempre a la cabeza de las listas de las mejores obras literarias de la historia, se ha consagrado como un mito. Este libro ha traspasado fronteras y, en el caso de la cultura rusa, ha jugado un papel mayor de lo que probablemente imaginemos. Cervantes, junto con Don Quijote y Sancho Panza, creó un puente entre España y Rusia, viajando desde La Mancha a Moscú, para luego volver.
La llegada de El Quijote a Rusia
Aunque los ingleses y los franceses contaban con traducciones a sus idiomas tan solo unos años después de la publicación de El Quijote, 1612 y 1614 respectivamente, no estaría disponible en la lengua rusa hasta el siglo XVIII, traducido directamente del francés. Son muchos los que afirman que El Quijote es la obra extranjera más conocida en Rusia y, como tal, una de las que más influencia ha tenido en la tradición artística y cultural de este país.
El Quijote penetró en muchos ámbitos como la literatura, la danza, la música o la pintura, y hasta podríamos añadir la filosofía. En el caso de la literatura, es conocida la devoción de muchos escritores rusos por esta figura, entre los que destacan Dostoevskij, Turgenev o Leskov. Para algunos de estos autores El Quijote rebasa los límites de la literatura, como expresa Dostoevskij en Diario de un escritor (1876):
«En todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que esa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: “veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?”, podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: “Ésta es mi conclusión sobre la vida y… ¿podríais condenarme por ella?”»
Asimismo, fue muy relevante el papel de este escudero en la tradición audiovisual. El cine ruso del siglo XX acogió a estas importantes figuras –para ellos y para nosotros- y llevaron a cabo adaptaciones que han sido reconocidas en todo el mundo. Algunas de las más conocidas son Don Quijote (1987), una película de animación de Vadim Kurchevski, destinada a un público adulto, o la adaptación televisiva georgiana Tskhovreba Don Kikhotisa da Sancho Panchosi (1988), de Revaz Chkheidze. Pero, sin duda, la más aclamada y la que alberga mayor importancia para nosotros es la película Don Kikhot (1957), de Grigori Kozintsev.
El Quijote soviético entra en España
Este Quijote que cautivó a tanta gente no podía evitar sufrir modificaciones a medida que se alejaba de su patria. En el caso del arte ruso, las representaciones de este libro adquirieron un carácter singular; tras las producciones soviéticas, el nuevo Quijote se encontraba un poco cambiado. Entró en España en el año 1966, a través de la película Don Kikhot (1957).
Esta película, dirigida por Grigori Kozintsev –discípulo de Eisenstein– es considerada una de las mejores adaptaciones que se han hecho. Sin embargo, a pesar de los elogios y de su participación en el Festival de Cannes, el cine soviético estaba prohibido en la España franquista, por lo que hubo que esperar casi una década para que esta película se pudiera estrenar en este país.
Esta adaptación contaba con una nueva interpretación en la que –manteniéndose fiel al libro- se dio una lectura marxista, donde la lucha de clases ocupaba un papel central. En esta película, Don Quijote no es el loco y Sancho el cuerdo, sino que se encuentran en sintonía. Como afirma Antonio Martínez Illán, «Don Quijote no es un loco que ha perdido el sentido de la realidad, es su idealismo justiciero lo que le lleva a salir de su casa y a recorrer el mundo y la consecuencia es el desencanto final».
Al Quijote se le presenta como un libertador, sediento de justicia social, cuya misión es salvar a los oprimidos. Esta interpretación social, en la que se le asigna un carácter revolucionario, se consigue entre otras cosas mediante la selección de las escenas: en la película dominan las escenas donde se habla de justicia. Además, a diferencia de otras adaptaciones, «se da una visión de la sociedad española del siglo XVII que enfatiza el clasismo de aquella época [1]». Así, el papel de ciertos personajes cambia, donde podemos ver un Sancho Panza que tiene prácticamente el mismo protagonismo que su compañero Don Quijote.
La película se rodó en Crimea y cuenta con una impresionante puesta en escena que capta a la perfección la esencia de La Mancha, sus lugares y su gente. En este caso, el responsable de la ambientación no es nada más y nada menos que Alberto Sánchez, un artista de origen manchego exiliado durante la Guerra Civil. Esta adaptación fue la primera película soviética que se estrenó en España, marcando un punto de inflexión en la recepción y percepción de esta cultura que aparentemente era muy distante. Si bien se ha criticado la falta de humor en la película, sigue siendo considerada como una de las mejores adaptaciones de la historia.
Exposición en el Museo Ruso de Málaga
En 2016 se conmemora el cuarto centenario de la muerte de Cervantes y, con ello, son muchas las actividades culturales y homenajes que se celebrarán a lo largo de todo el año. En España, la Colección del Museo Ruso San Petersburgo – Málaga, que se corresponde con una sede del Museo Estatal Ruso en esta ciudad española, va a rendir un peculiar homenaje a Cervantes, mostrando el impacto de este autor en Rusia.
Situada en la antigua Real Fábrica de Tabacos de Málaga, este museo celebrará la exposición titulada «Cervantes en el arte ruso», donde se mostrarán 47 piezas con representaciones de Cervantes y sus personajes más conocidos, Don Quijote y Sancho Panza, en el arte ruso del siglo XIX-XX. Algunos de los autores responsables de estos cuadros, que en algunos casos formaron parte de las ediciones ilustradas en lengua rusa, son artistas tan notables como Ilya Repin, Gueli Zorzhev o Vera Ermolaeva. Con esta exposición podremos ver el alcance de nuestra novela en la lejana Rusia, entender nuestra contribución a su cultura, y su visión y contribución a la nuestra.
[1] Antonio Martínez Illán (2010), Op. Cit., pág. 7.
Texto de Lorena Jiménez