Nigeria es uno de los países más ricos y desarrollados de todo el continente africano, y las enormes perspectivas de crecimiento le auguran un futuro prometedor. No obstante, en los últimos años, un desafío enorme ha amenazado esa progresión: el terrorismo. A pesar de que hasta hace poco era relativamente desconocido fuera del país, el grupo terrorista Boko Haram lleva en activo desde 2001, y desde 2009 ha venido realizando ataques terroristas en regiones del norte del país. Según los datos del estadounidense Council on Foreign Relations, tan solo en Nigeria han muerto 28.000 personas desde 2011 a manos del terrorismo, aunque la falta de medios hace probable que esa cifra sea bastante superior. Sin embargo, la buena actuación de las fuerzas de seguridad nigerianas, ayudadas por países vecinos y con fondos de países occidentales, ha conseguido poner al grupo terrorista en jaque, hasta el punto de que muchos creen que se ha escrito el capítulo final en la historia de Boko Haram. Pero ¿es realmente así?
De rezar a matar: historia de Boko Haram
Para comprender este asunto, debemos retroceder hasta 2001, cuando este grupo fue fundado con el nombre de Jama’at Ahl al-Sunnah li Da’wahwa-I-Jihâd (traducido por La Congregación de las Personas Tradicionales por el Proselitismo y la Yihad). Ustaz Mohammed Yusuf fue el clérigo musulmán que fundó y lideró el grupo en sus orígenes, y que anteriormente a la creación de Boko Haram (que en lengua hausa significa “la educación occidental está prohibida”) predicaba contra la cultura occidental y la modernidad, y que afirmaba su deseo de que la Sharia fuera implantada como norma en todo el país, pero especialmente en el norte de Nigeria.
Este fundamentalismo musulmán en el norte de Nigeria responde a una división histórica en el país y que se remonta a la época de la colonia británica, desde la que se dio lugar a un sur con mayoría cristiana, rica en recursos y con población educada, y un norte de mayoría musulmana, aislado del resto del país, con menos oportunidades económicas y con una mayoría de la población analfabeta.
Sin embargo, una vez finalizada la dictadura militar en 1999, la creciente falta de seguridad y legitimidad, y una declinante capacidad de las instituciones para proveer de bienes, seguridad y educación avivaron el fuego para que surgiera un grupo como Boko Haram. En un inicio, la organización estaba formada por jóvenes radicales islamistas que predicaban durante los 90 en una mezquita en Maidaguri, capital del Estado de Borno, al noreste del país.
El líder, Yusuf, abogaba en sus comienzos por un gobierno islámico pero no de manera violenta, sino política, aunque diversos malentendidos con la población local llevaron a la policía a intervenir de manera frecuente y arrestar a miembros del grupo, llevando a la radicalización de algunos de sus fieles, que ya en 2004 atacaron algunas comisarías de policía.
Sin embargo, no fue hasta el verano de 2009 cuando el grupo llevó a cabo una insurrección armada total atacando comisarías y casas privadas de funcionarios, lo que produjo la captura de Yusuf, su entrega a la policía y posteriormente su ejecución extrajudicial en las oficinas centrales de la policía.
Después de la represión de 2009, Boko Haram pasó a la clandestinidad durante un año, para después emerger con ataques a la policía, comisarías y cuarteles militares como revancha por la muerte de Yusuf. Abubakar Shekau, discípulo de Yusuf, tomó las riendas del grupo, que se volvió bajo su liderazgo más despiadado, violento y destructivo, y menos abierto al diálogo, lo que llevó también a una mayor agresividad de las fuerzas de seguridad. La campaña de Boko Haram se expandió fuera de los Estados de Borno y Yobe, se produjo una mayor sofisticación de sus tácticas y se incluyeron como objetivos ataques a iglesias, con el objetivo de provocar un conflicto sectario.
La respuesta armada del gobierno
La escalada de insurgencia a principios de 2010 cogió desprevenido al gobierno, pero desde 2012 trató de combatir el problema especialmente con el incremento del presupuesto de defensa, que pasó de 625 millones de dólares en 2010 a 6,25 billones en 2012. En junio de 2013, el gobierno proscribió a Boko Haram como grupo terrorista y mejoró el entrenamiento, equipamiento y coordinación de sus fuerzas de seguridad, especializándolos en guerrilla urbana, contraterrorismo y contrainsurgencia.
Sin embargo, la desconfianza en la policía y su falta de entrenamiento llevaron a que el gobierno tuviera que contar desde junio de 2013 con el apoyo de grupos locales de voluntarios y justicieros; gente joven de los barrios de la ciudad de Maidaguri que, en un principio, se organizaron en grupos para patrullar las calles en busca de Boko Haram, pero que contaron más tarde con apoyo estatal, supervisados por comandantes de las Joint Tasks Forces, el Ejército nigeriano. Sin embargo, estos grupos han sido acusados de abusos de derechos humanos en su cometido por erradicar el terrorismo del país, al tiempo que crecían las dudas sobre si podrían ser una potencial fuente de inseguridad, teniendo en cuenta su conexión con el mundo de la droga.
No obstante, el impulso definitivo que ha llevado a Boko Haram a la práctica desaparición fue implementado por el anterior presidente del país, Goodluck Jonathan, que pidió ayuda a militar a Rusia y China que, unida al apoyo financiero de Francia y Estados Unidos y al apoyo militar de Chad y Níger en el área fronteriza de estos tres países en torno al lago Chad, ha conseguido expulsar a Boko Haram de algunas de sus fortalezas. Esto, unido a la decisión de los gobiernos de Camerún, Chad, Níger y Nigeria de limitar las actividades económicas sospechosas de financiar al grupo terrorista en la zona compartida en torno al lago Chad, ha producido un deterioro en la financiación de Boko Haram, que es una más de las causas para que el grupo se encuentre en sus horas más bajas.
Tras la elección el pasado mayo de 2015 del nuevo presidente, Muhammad Buhari, ex coronel de las Fuerzas Armadas nigerianas, la presión sobre el grupo terrorista se intensificó hasta el punto de que Buhari declaró el pasado 24 de diciembre de 2015 que Nigeria había ganado la guerra contra Boko Haram. Sin ningún ataque sobre la capital, Abuja, en más de un año, después de que los terroristas hubieran perdido su principal centro de mando en Gwoza, al sudeste de Borno, y tras más de un año sin ninguna prueba de vida creíble de Abubakar Shekau, todo parece indicar que Boko Haram pertenece al pasado.
El largo camino hacia el bienestar
Sin embargo, cabe ser prudentes antes de bajar los brazos. En lo que llevamos de año, el grupo terrorista ha recurrido a los ataques suicidas, con más de 35 atentados en la frontera con Camerún. Además, no hay que olvidar las conexiones con grupos como Al-Qaeda en el Maghreb, Ansaru o el Daesh, al que hace unos meses juraron lealtad.
Aparte de la propia capacidad de resucitar por sí mismos, siguen existiendo diversos frentes problemáticos en Nigeria que podrían volver a dar lugar a un resurgimiento de movimientos islamistas radicales en el futuro. La corrupción intrínseca en el aparato estatal, las desigualdades entre las regiones del norte y del sur o la falta de control gubernamental de fuerzas armadas o grupos de justicieros son potenciales focos de inestabilidad que el gobierno debe abordar.
No hay que olvidar que muchos de los simpatizantes e incluso miembros de Boko Haram no lo son por ser radicales islamistas, sino que se adhieren a este tipo de organizaciones porque les proveen de dinero y seguridad, cosa que el gobierno no puede o no quiere otorgarles. Los países afectados y sus socios occidentales harían bien en conocer esta distinción y no meter a todo el mundo en el mismo saco. Nigeria no necesita ajustar cuentas, sino reconciliarse.
Asimismo, otros potenciales focos de inestabilidad son los países vecinos del lago Chad, con los que por el momento Nigeria ha conseguido una cooperación extraordinaria y muy fructífera, pero que son países con poca estabilidad política. Además, no hay que perder de vista la situación de los casi tres millones de desplazados en torno al lago Chad por la guerra con Boko Haram, y la negativa de los diferentes países a asumir refugiados nigerianos. De los 20 millones de habitantes que existen en torno al lago Chad, nueve están en situación de necesidad extrema y esta necesidad, no respondida, deriva en acogerse a situaciones extremas, como lo es el terrorismo.
Como se puede observar, se ha empezado a escribir un futuro prometedor para Nigeria, alejada de la violencia y con potencial para ser un país que dé una vida digna a sus habitantes. Pero el acorralamiento de Boko Haram supone también que las excusas para potenciar la prosperidad del país se han acabado, y que los retos han de asumirse desde ya si no se quiere volver a una época oscura. Es necesario terminar el Estado de emergencia en el que vive el país; potenciar la producción agrícola; desarmar a los justicieros y ofrecerles un estilo de vida digno y próspero, y terminar con la corrupción y la impunidad. Los socios occidentales han de asumir que aún no es tiempo de lavarse las manos. Están ante la posibilidad de no repetir un “Libia” y garantizar que una gran parte de África esté limpia de grupos radicales que, en el futuro, podrían también amenazar nuestras vidas.