Aunque los rasgos físicos que presentaban los habitantes del continente americano a la llegada de los pobladores europeos eran una mezcla entre los de estos y los mongoles, la teoría de anteriores olas migratorias no se ha podido confirmar a día de hoy. Llegadas a pequeña escala sí se produjeron en la zona más septentrional del continente; Groenlandia. Hasta esta enorme isla se acercaron un grupo de navegantes islandeses a finales del siglo XIV, los conocidos como vikingos, e iniciaron un tránsito constante que duró hasta 1430. Las causas del abandono de estas rutas se sitúan en la pequeña glaciación que devino. También se han encontrado cráneos cuyos rasgos corresponden a los pobladores habituales de la Polinesia que se aventuraron desde islas como la de Pascua a explorar el horizonte.
Sea de un modo u otro, el arribo a tierras americanas no fue genuino de Cristobal Colón ni tan devastador. La parte más cercana al Polo Norte donde se han conseguido dar condiciones de vida humana estaba ocupada por aleutianas, atapasco, siux y esquimales. Estos últimos en especial siguen habitando la región. Y no solo la presencia humana con el mismo genoma, sino los restos de utensilios y las narraciones nórdico-europeas dejan entrever un intercambio fundamentalmente comercial y cultural, lejos de conquistas. El cese del tránsito apunta a la intolerancia frente a la bajada repentina de temperatura que se produjo. Por unas razones u otras, estas “visitas” tanto a la zona helada como a la más árida del continente se hicieron de un modo más o menos agradable y sin aires de sometimiento.
Sucedió todo lo contrario a partir del tan celebrado 12 de octubre de 1492. Sin restar méritos a la destreza marítima, aunque no de cálculos, a la empresa que puso rumbo a las supuestas Indias, pasado este primer contacto con el “Nuevo Mundo” regido por la observancia ante la sorpresa de hallar otras tierras, los siguientes viajes al continente americano destacaron por los barcos llenos de munición. Es cierto que las tribus autóctonas se defendieron de los ataques y las invasiones de los europeos con sus propias herramientas de caza o armas utilizadas en sus guerras fratricidas, pero la devastación y aplastamiento no tiene parangón por parte de los llamados colonizadores –de las mismas nacionalidades que más adelante colonizaron África-.
Sus códices, la música compuesta sin instrumentos de cuerda, los murales roji-azules, el cuidado de la naturaleza o la elaboración de uno de los calendarios más complejos y en su género más precisos fueron destruidos por los colonizadores. Podemos actualmente visitar ruinas, monumentos, apreciar los orígenes en poblaciones sobre todo de América del Sur (porque en el norte la eliminación fue visiblemente mayor), pero está claro que todas estas culturas, etnias y civilizaciones no eligieron fusionarse con la manera europea cuando directamente se les acribilló. Lenguas como las nadené, hoka, penutia, quechua, guaicurú o caribe apenas son conocidas por la mayoría de la población del continente; sin embargo el español, inglés, portugués o francés son las que ahora predominan. La religión no fue menos despreciada: la catolización aplastó sus múltiples dioses y totems imbricados la mayoría de las veces con la naturaleza y, por tanto, entregados al respeto de la misma.
Reflexión para la actualidad
Ya no solo por una cuestión de respeto y admiración: hoy día se puede observar en regiones como el centro y sur de América cuando ante el mero hecho de construir casas y por ello tener que realizar excavaciones, piden perdón a la “madre Tierra”. Mientras en los países más “avanzados” se limitan a medir cuánta contaminación se expulsa a la atmósfera. Se entiende ahora que ante culturas tan diferentes como las también amenazadas tribus del Amazonas se opte por eliminarlas en lugar de entenderlas, ayudarlas o simplemente aprender de ellas. Se entiende que todo este proceso es mucho más complicado de realizar.