Algunos sueños del ser humano son paradójicos: perseguimos la creación de la copia perfecta y al mismo tiempo nos quejamos de la pérdida del aura del original. Determinadas obras de arte consiguen que millones y millones de personas en todo el mundo se acerquen hasta los museos para contemplar su propia imagen reflejada en un cuadro acristalado. Algunos incluso hasta prefieren contemplarlo a través del ojo de una cámara. Mientras la afluencia de imágenes en Internet es cada vez menos abarcable, aumenta la atracción por encontrarse con la singularidad de obras que, hoy en día en el marcado del arte, podrían llegar a alcanzar precios completamente inimaginables por sus creadores.
Un lugar intermedio y especial en esta situación cultural es el que ocupa el facsímil. La palabra en sí –del imperativo latín “¡fac simile!”, “¡haz semejante!”– denomina la reproducción de un objeto no solo de forma óptica sino también táctil. En comparación con una imagen en un libro de arte o un póster, el facsímil no solo recorta lo más llamativo para representarlo de forma plana, sino que tiene que ser completamente fiel e idéntico en las dimensiones. A diferencia de las ilustraciones, el facsímil debe transmitir la impresión espacial del original con su dorso y –en su caso– marco. En efecto, al facsímil le falta el valor de reliquia, pero permite que sea utilizado tal y como hacían generaciones anteriores. Pide a gritos que sea cogido, tocado, puesto que representa obras centenarias que están al alcance de muy pocos.
El papel más importante que desempeñan los facsímiles es el conocimiento de manuscritos medievales. Antes de la invención de la imprenta por el alemán Johannes Gutenberg alrededor de 1450, cada libro era un individuo único. Para los pueblos versados en la escritura, el libro escrito a mano representa un tesoro irrenunciable, puesto que en la Edad Moderna muchos de los escritos no podían ser leídos y aún menos editados. Los ejemplos de casos en los que estas obras únicas fueron y son víctimas de la estupidez o brutalidad, del fuego o del agua, demuestran trágicamente la imposibilidad de reemplazarlos.
Algunos ejemplos del pasado no tan lejano, hoy han caído en el olvido. Durante el bombardeo prusiano de Estrasburgo ocupado por los franceses, con la cultura literaria alsaciana se perdieron testigos importantes de la historia alemana, entre ellos el Hortus deliciarum de Herrad de Landsberg. Cuando los americanos bombardearon a Chartres, destruyeron una parte sustancial de la valiosa erudición, de cuyos títulos hoy solo se conserva un catálogo de manuscritos como testigo. En 1904, un incendio en Turín aniquiló la parte más importante del Libro de Horas de Turín una joya del estilo miniaturista francés y neerlandés que había sido descubierta solamente dos años antes. Innumerables son los daños causados por la inundación del Arno en Florencia en 1969 y la inundación de Lisboa pocos años después. Nuevos peligros inesperados se muestran en la actualidad en los sucesos en Tombuctú y Mosul, donde fundamentalistas destruyen un patrimonio de valor incalculable porque, en su ceguera, lo desprecian, al mismo tiempo que lo temen.
El ejemplo de las Horas de María de Borgoña de Berlín rememorando la situación histórica en la que Borgoña pasó a los Habsburgo demuestra los riesgos existentes incluso en los museos, aun pareciendo éstos fortalezas de la conservación: el manuscrito estuvo perdido durante tres años y felizmente apareció sin daños; así, la editorial Müller & Schindler tuvo la oportunidad de poder reproducirlo como facsímil. Expertos del Kupferstichkabinett (Museo de Grabado de Berlín) y de la Universidad Libre de Berlín publicaron un estudio sobre la obra y ésta pudo ser expuesta, ofreciéndose así la oportunidad de dar a conocer al mundo las riquezas inagotables que este tipo de obras poseen.
Además de estas situaciones tan extraordinarias, la fragilidad de estas obras, que encarnan de forma gráfica la piedad y la poesía, la historia y la riqueza, reflejando la historia de ciudades, regiones y en ocasiones estados enteros, requiere un máximo cuidado en su manejo. Su tarea es seguir informando sobre el pensamiento y la cultura de épocas pasadas y simultáneamente despertar emociones a través de los sentidos. A pesar de las dificultades técnicas, hoy en día es posible conseguir una reproducción que no se limita a mostrar solamente las hojas más bonitas o meramente fragmentos de las imágenes, sino que también es capaz de reproducir el carácter integral del libro con la secuencia original de sus hojas y la encuadernación con sus características táctiles; todo esto con la seguridad de que el facsímil sea digno y capaz de sustituir al original en casi todos los aspectos.
Desde su creación, hace medio siglo, la editorial Müller & Schindler ha demostrado lo que se puede lograr en este ámbito: grandes manuscritos de la Plena Edad Media, como el muniqués Evangeliario de Otón III, se reprodujeron con tal fidelidad, que en un programa de televisión incluso un periodista cultural cayó en una trampa con cámara oculta y creyó tener el original robado frente a sí. Igual de fiel fue la reproducción del Salterio de San Albans, una obra maestra del Románico inglés que fue llevada al continente por los monjes durante las disputas por la Reforma y que encontró su nuevo hogar en Hildesheim (norte de Alemania) e incluso sobrevivió a los bombardeos de la guerra. La editorial no solo se interesa por los manuscritos más conocidos; algunos totalmente desconocidos fueron exhumados del museo del Castillo de Chantilly o de la Biblioteca Nacional de Irlanda en Dublín y sus réplicas, junto con los excelentes estudios científicos, consiguieron sorprender también a los historiadores de libros.
La editorial no se limita a reproducir el libro en su forma habitual, como códice encuadernado. Un ejemplo de ello, es el contrato de matrimonio entre la princesa bizantina Teófano y el emperador Otón II: un rollo de pergamino en color púrpura y con texto en oro, que forma parte de los tesoros de la biblioteca de Wolfenbüttel en Alemania. Otro ejemplo que evidencia el difuso límite entre libro y objeto es el Libro de Muestras de Viena: libro de muestras montado en tablitas de arce perteneciente al Museo de Historia del Arte de Viena, que están ensambladas como leporello (en forma de acordeón) y todavía conservan su estuche original decorado ricamente mediante estampación en piel.
Antiguamente ya se experimentó con libros y cuadros, aunque no siempre a favor de las obras maestras, aspecto que también ha tenido que tener en cuenta Müller & Schindler: la finalidad de las 64 imágenes sin texto que hoy en día están montadas en cuatro tablas de madera y que adornan un altar sigue siendo un misterio sin resolver, puesto que en vez de rastrear sus hipotéticos orígenes y presentarlas como un librito de devoción, están representadas en su forma actual. Un paso más se da con la reproducción de la obra magna de la pintura renacentista francesa Las Horas de Étienne Chevalier; lo que antiguamente era un libro de horas del Tesorero Real, Étienne Chevalier, fue fragmentado en el siglo XVIII para decorar algunas celdas en un monasterio de la Congregación de Saint-Maur. Más tarde, el duque de Aumale reensambló estas inauditas miniaturas de la década de 1450 para el Santuario en el Castillo de Chantilly; y es en esta forma en la que – totalmente fiel al concepto de ¡fac simile! – son editadas las pinturas refinadas de Jean Fouquet por Müller & Schindler, naturalmente con todo lo que se haya conservado del manuscrito original que, actualmente, está repartido por todo el mundo.
Quien desee tener una relación viva con los manuscritos ilustrados, conservados como tesoros de tiempos pasados, no se puede conformar ni con las esporádicas exposiciones en las que tan solo se presentan dos páginas del libro abierto en vitrinas de escasa iluminación, ni con las fotografías intangibles de Internet, que obvian el tamaño y otros aspectos. Ni los mejores libros de arte lograrán satisfacer este deseo. Únicamente el facsímil hace justicia a la obra tal y como ha sido conservada y transmite una impresión viva y tangible de lo que perduró a lo largo de los siglos.
Texto por el Prof. Dr. Eberhard Konig (traducido del alemán)
Cortesía de Müller und Schindler