La ciudad de Barcelona fue la primera gran urbe de Europa que recibió un bombardeo aéreo. Este dato revela el simbolismo que el patrimonio bélico de la ciudad conserva de aquella época y también desvela algunas huellas que, a día de hoy, aún se muestran al observador curioso. Sin embargo, existe un silencio institucional al respecto, definido por algunos historiadores como “falta de sensibilidad histórica”. Entre los motivos por los cuales este patrimonio no disfruta de un reconocimiento de las autoridades quizás está el hecho de que perviven en la memoria colectiva el recuerdo y las heridas de uno de los episodios más dramáticos de su historia. Ciudades como Berlín y Londres, en cambio, han dedicado una ingente cantidad de tiempo y dinero a la divulgación de su historia durante la Segunda Guerra Mundial y mantienen diferentes espacios para la difusión de esos hechos.
Los refugios antiaéreos
La ciudad de Barcelona llegó a tener más de 1.400 refugios antiaéreos construidos algunos por los vecinos, otros por los habitantes de un barrio y algunos por las autoridades municipales o autonómicas. Fueron auténticos slaberintos subterráneos y la mayoría solían tener los servicios básicos como instalación eléctrica, canalizaciones de agua, letrinas o retretes, botiquines y pequeñas salas de curas. En estos búnkeres –algunos improvisados- era donde miles de habitantes buscaban protegerse de los bombardeos de la aviación italiana y de los obuses que provenían del destructor Eugenio di Savoia, anclado frente a la playa de Bogatell.
Hoy se conservan nueve de aquellos búnkeres y un recorrido por los vestigios que quedan de aquella Barcelona podría empezar por la visita a alguno de los dos refugios antiaéreo que se pueden visitar en Barcelona. El de la Plaza del Diamant, en el barrio de Gracia, formaba parte de los 88 que había en el barrio y fue descubierto en el año 1992 a raíz de unas obras de reconstrucción de una estación eléctrica. Aquí cabían 300 personas sentadas y se ha sabido que existían algunas normas de convivencia, como la prohibición de hablar de religión o política para evitar peleas mientras duraba el bombardeo.
El otro refugio que aún a día de de hoy se puede visitar es el de la montaña de Montjuic, en el distrito de Sants-Montjuic, catalogado en la época como Refugi 307. En sus entrañas, encontramos galerías, pasadizos y recovecos que aún conservan las huellas imborrables de aquellos días. Solo se pueden recorrer 35 metros de los 200 conservados por motivos de seguridad, pero al entrar el visitante visualiza la espeluznante escena que verían todos los vecinos que accedían cada noche a aquellas catacumbas. Un estudio revela que permaneció abierto después de la guerra y que sirvió de criadero de champiñones, almacén de una fábrica de vidrio y vivienda para sin techo, hasta que fue definitivamente cerrado a finales de la década de 1960.
Muchos de aquellos refugios fueron reutilizados como estaciones de metro, aparcamientos subterráneos o canalizaciones del alcantarillado. Sin embargo, hoy en día hay muchos de ellos que todavía se conservan en buen estado y este legado –junto con los diferentes restos que se esconden en la ciudad- constituye un testimonio inmejorable de unos episodios cruciales para la ciudad.
Las vigilantes del aire
Sin bien los refugios formaban parte de la defensa activa de la ciudad, los medios que las autoridades dispusieron para defenderla activamente también aún hoy se pueden visitar. En lo alto de la montaña del barrio del Carmel, el conocido como el Turó de la Rovira albergó una batería antiaérea desde donde se podía tener un ángulo de tiro de prácticamente 360 grados. Si subimos a este desconocido mirador de la ciudad comprenderemos la importancia de la estratégica ubicación de esa batería. Hoy ya no quedan ni los reflectores, los fonolocalizadores ni los cañones, pero en el suelo de este mirador aún se observan las instalaciones, el hormigón armado y las diferentes estancias del recinto.
Además de este punto estratégico, había otra batería antiaérea colocada en la cima de Sant Pere Mártir, a las afueras de Barcelona, en el Campo de la Bota –conocido como el Fòrum de las Culturas- y en el actual Castillo de Montjuic. Precisamente, la montaña de Montjuic es uno de los espacios más simbólicos dentro de un recorrido por la Barcelona de la Guerra Civil porque, además de batería antiaérea, es el lugar donde fue fusilado el presidente de la Generalitat, Lluis Companys.
Volviendo al centro de la ciudad, en plena Gran Vía existe un monumento que pasa desapercibido por la gran mayoría de barceloneses. Es un homenaje a los fallecidos por una bomba que cayó en lo que es hoy el cine-teatro Coliseum. De hecho, la capital catalana fue bombardeada sistemáticamente durante dos años, a pesar de encontrarse en la retaguardia y hubo más de 2.000 civiles fallecidos a causa de esos ataques. Fue una táctica militar diseñada para desgastar psicológicamente a la población y dirigida, también, a destruir algunos elementos estratégicos como fábricas de guerra o edificios de alto valor simbólico como el consulado soviético de la época.
Sin embargo, muchos de aquellos bombardeos eran aleatorios. Una de esas bombas cayó en la plaza de Sant Felip Neri y, todavía hoy, en la fachada de su iglesia se ven los restos de la metralla que salpicó la entrada. Este podría ser el punto final a un recorrido que aún mantiene viva parte de la historia de la Barcelona de la Guerra Civil.