Por su principal énfasis en la alimentación, también se dice de él que fue el padre de la restricción calórica (RC), como medio para alargar la vida. Como no solamente insistió en la comida sino que también resaltó la sobriedad en todos los actos vitales, la práctica del ejercicio físico, el beneficio de la salud mental, el disfrute pleno y alegre de la vida, la armonía familiar, el rechazo a la pesadumbre, los disgustos y los pensamientos negativos, también podríamos afirmar convincentemente que puede considerársele el precursor de la promoción de la salud.
Alvise «Luigi» Cornaro, un noble veneciano que vivió entre los siglos XV y XVI, llevó a cabo otras distinguidas y diversas obras de bien común, pero ha pasado a la fama por la publicación de su pequeño libro Discorsi della Vita Sobria (Discursos de la vida sobria). Algunas ediciones modernas en español lo titularon Consejos y medios fáciles para vivir mucho tiempo con perfecta salud. Algún editor contemporáneo, con mejor criterio mercantilista, le habría puesto el título de Cómo llegar a los cien años gozando de buenas salud. Lo cierto es que los Discursos, desde su publicación original, han sido traducidos a muchos idiomas y han tenido centenares de ediciones. Con sobrada razón, el reputado gerontólogo y biodemógrafo S. Jay Olshansky ha considerado a Cornaro como «el asesor mundial de salud más influyente de su época» y su legado lo traslada hasta Lester Breslow, un influyente y visionario sanitarista norteamericano de la segunda mitad del siglo XX, quien desde 1952 nos alertó sobre el grave problema de la obesidad en los Estados Unidos.
Sus primeros años
La fecha exacta de su nacimiento no está nada clara. Se dice que fue en el año 1484 en Venecia, para ese entonces una verdadera potencia política, económica y militar. Procedía de familia noble y adinerada. Se cita como fecha de su muerte el año de 1566, en la ciudad de Padua. De ser ambas ciertas, Cornaro habría vivido 82 años, pero el mismo escribe que pasó de los noventa. Otros personajes que escribieron sobre él, dicen que llegó a los 103 años. Queda la duda de su verdadera edad al fallecer, pero si nos atenemos a sus propios escritos, bien pasó de los noventa años.
Se sabe que siendo aún muy niño fue enviado a Padua por su influyente y culto tío, para que tuviera una sólida educación, especialmente en literatura y jurisprudencia, pero no se graduó de abogado. Cuando tenía veintisiete años falleció su tío, quien le dejó una generosa herencia. Siendo de buena familia y con suficientes bienes económicos, de regreso en Venecia trató, junto con sus hermanos, de ser reconocido como parte de la nobleza para poder tener acceso a cargos de poder, pero las autoridades de la ciudad-Estado se lo negaron. En una carta que dejó una religiosa de Padua, nieta de Luis Cornaro, refiere que su abuelo «se vio privado, por la mala conducta de algunos de sus parientes, de la calidad de Noble Veneciano, que poseía y merecía por sus virtudes y nacimiento». Ensombrecido por esas circunstancias, decidió volver a Padua, trasladándose a dicha ciudad con gran parte de sus bienes.
Casó en 1517 en Udine, con Verónica di Giovanni Agugia, de la familia de los Spilemberg, de mucho dinero para la época, sirviéndole su dote para acrecentar su fortuna. Tenía veintiocho años y disfrutaba de la vida, acudiendo a fiestas e invitaciones de amigos, que le hacían comer y beber en exceso. Sin embargo, si bien ya comenzaba a tener problemas con su salud, en esos años tuvo oportunidad de dedicarse al estudio de la agricultura, la hidráulica y la arquitectura. Escribió libros sobre estas materias y se le reconoce haber hecho obras de importante magnitud, tanto en Venecia como en Padua. También, como hombre de cultura, tuvo trato cercano con artistas renombrados, especialmente pintores y arquitectos.
Por esa época, antes de cumplir los cuarenta años, según su propio decir, llevó igualmente una vida social muy activa, gustando en exceso de los banquetes y las fiestas, donde abundaban las comidas y el consumo de vino. No lo dice específicamente, pero seguro engordó y la falta de ejercicios dañó severamente su salud. Así nos refiere en su famoso libro que padeció numerosas enfermedades «como dolores de estómago, cólicos y gota. Tenía casi siempre una calentura lenta y una alteración insufrible». Acudió a los mejores médicos de Italia, quienes muy juiciosamente le dijeron que la única posibilidad de curación estaba en cambiar radicalmente de vida, volver para siempre a «una vida sobria y arreglada». En pocas palabras, «si sus excesos le habían procurado tantos males, solo la templanza podía sacarlo de ellos». Añadieron doctamente que era una cuestión de vida o muerte. Debieron ser personas muy convincentes porque Cornaro nos refiere que aceptó el consejo, pese a tratarse de una medida heroica que exigía mucho carácter y austeridad para cumplirla, máxime que se trataba de acatarla de por vida y no algo pasajero.
Al cabo de un año de seguir fielmente los consejos de sus médicos, Cornaro pudo comprobar que todos sus malestares habían desaparecido y que el régimen austero adoptado, le era cada vez más fácil de continuar. Comprendió inteligentemente que si ese cambio radical de comportamiento había sido capaz de curarlo, también le podía prevenir esas enfermedades y sus secuelas en un futuro, a mediano y largo plazo. Pero para seguir con la evolución de los pasos de este interesante personaje, es más conveniente referirnos a lo que nos dejó en sus memorables Discursos.
Discurso primero: De la vida sobria y arreglada
Al principio nos describe las costumbres de las clases altas en Italia, especialmente de sus excesos en cuanto a comida y bebida, que le roban la salud y acortan el tiempo de la juventud. Se llega prontamente a ser viejo «sin haber podido gozar del gusto de ser jóvenes». Poéticamente nos escribe que
«el tiempo que debería ser la primavera de la vida, es muchas veces la entrada del invierno».
Encarecidamente nos aconseja acostumbrarnos a no comer sino para vivir. Seguir lo contrario es fomentar la enfermedad y la muerte.
El proceso inicial de recuperación de su salud no fue fácil pero con el tiempo Cornaro empezó a conocer mejor los alimentos que le hacían daño, para poder afirmar que el viejo proverbio que dice que
«todo lo que sabe, nutre»
era falso y engañoso. De igual forma, aprendió a seleccionar los alimentos y vinos más acordes con su temperamento, pero siempre en cantidad mínima. El mismo enumera sus alimentos preferidos; «como pan, yerbas, huevos frescos, ternera, cabrito, carnero, perdiz, pollo, pichones. Entre los productos del mar, elijo el dorado y entre los del río, la trucha o la carpa». Y por supuesto, el vino, la leche de los viejos, como la llamaba. Eso sí, pensaba que el vino añejo le dañaba y que el nuevo era bueno para él.
Se hizo un propósito que prácticamente convirtió en ley:
«Levantarme de la mesa siempre con bastante apetito para poder comer aún con gusto después del medio día».
Su premio fue una vida sana, libre de enfermedades hasta el final de su existencia. Conforme avanzaba en edad, fue disminuyendo la cantidad de alimentos que ingería, tanto que durante los últimos años, nos dice que solamente consumía una yema de huevo por cada sesión.
Sin embargo, nuestro personaje aun reconociendo la importancia prioritaria de la sobriedad en la alimentación, como ya escribimos arriba, no descuidó otros elementos para conservar su salud y así nos alerta a la exposición a los grandes cambios de temperatura, a la práctica de ejercicios violentos, no así al caminar, ascender y bajar montañas, promovía evitar sitios con malas condiciones ambientales y también, no exponerse en demasía a los rayos del sol.
De igual manera nos explica cómo ha conservado su salud mental, alejándose de las pesadumbres, los pensamientos negativos, de la impetuosidad de las pasiones, todo esto por supuesto, escrito en sus propios términos. Recomendó también la conservación de buenas relaciones de amistad, el trabajo productivo y la armoniosa vida familiar. Consejos todos estos que nos suenan tan conocidos, porque los oímos y leemos a diario en la actualidad, dados por los grandes gurús de la salud y el bienestar, pero que fueron dados a conocer por un gentilhombre veneciano, hace ya más de quinientos años.
Para los que temen llegar a la vejez, por creer que es una época de flaquezas, desesperanza, enfermedades y miserias, Cornaro les advierte que están equivocados y para ello toma su ejemplo, que pasando con largueza de los setenta años, se encuentra más feliz y agradado que nunca. Coloca como testigo a los amigos cercanos, que pueden dar fé
«de que monta solo a caballo, que no solamente baja osadamente una escalera, sino una montaña entera a pie, que siempre está alegre y de buen humor».
Además puede disponer de suficiente tiempo para hacer lo que más le plazca, ya sea leer, escribir, dedicarse al bien público, cazar cuando está en su casa de campo, o cualquier otra actividad seleccionada. No olvida visitar a sus amigos y hablar con ellos sus temas preferidos; «las matemáticas, la arquitectura, la pintura, la escultura y la agricultura» y por supuesto, recorrer los parajes queridos de su entorno, muchas veces alterado por él para hacerlo más habitable y más fértil. A los ochenta y tres años, tuvo el buen ánimo y hasta la osadía para escribir una comedia divertida. Para la misma época, tenía el aliciente siempre al volver a casa, de encontrar once nietos, que contribuían a su remanso de paz y felicidad.
Al dar término a su primer discurso, Luis Cornaro ruega encarecidamente a los hombres (y a las mujeres diríamos ahora, para estar a la moda y la costumbre) aprovecharse del tesoro de la vida, acompañado de la divina sobriedad«“siempre agradable a Dios, siempre amiga de la naturaleza». Canta una bella alabanza a los dones de la sobriedad, que no pierde un ápice de vigencia para los momentos actuales que vivimos.
El libro de Cornaro contiene otros tres discursos que no comentamos por la limitación de espacio. Su gran enseñanza nunca afortunadamente ha pasado a mejor vida. Como acertadamente refiere Oshlansky, reencarnó en muchos próceres de la salud poblacional hasta el día de hoy, que siguen rompiendo lanzas en pro de la promoción de la salud y la prevención de enfermedades.
Los títulos de los demás capítulos fueron los siguientes: Segundo discurso. Del modo de corregir un mal temperamento; Tercer discurso. Medios para gozar de una felicidad completa en edad avanzada; Cuarto discurso. Del nacimiento del hombre y su muerte.